La iconodulía aparece casi sustancialmente con el Nuevo Testamento; la severa tradición anicónica del Pentateuco cede ante la presencia real del Verbo Encarnado: "Quod fuit ab initio, quod audivimus, quod vidimus oculis nostris, quod perspeximus, et manus nostrae contrectaverunt de verbo vitae — et vita apparuit, et vidimus et testamur et annuntiamus vobis vitam aeternam, quae erat coram Patre et apparuit nobis — quod vidimus et audivimus, annuntiamus et vobis..." (I Jn 1-3).
Este sólo texto fundamentaría suficientemente lo que luego explaya el IIº Concilio de Nicea, el último de los Siete Concilios de la antigúedad que definen la ortodoxia cristiana. Cerrando toda la época Patrística y en medio de la crisis iconoclasta, el IIº Niceno dogmatiza sobre el culto posible y debido a las imágenes del Salvador, la Virgen Theotókos, y los Santos:
"...definimos con toda exactitud y cuidado que de modo semejante a la
imagen de la preciosa y vivificante cruz han de exponerse las sagradas y santas
imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico y de otra materia conveniente,
en las santas iglesias de Dios, en los sagrados vasos y ornamentos, en las
paredes y cuadros, en las casas y caminos, las de nuestro Señor y Dios y
Salvador Jesucristo, de la Inmaculada Señora nuestra la santa Madre de Dios, de
los preciosos ángeles y de todos los varones santos y venerables.
Porque cuanto con más frecuencia son contemplados por medio de su
representación en la imagen, tanto más se mueven los que éstas miran al recuerdo
y deseo de los originales y a tributarles el saludo y adoración de honor, no
ciertamente la latría verdadera que según nuestra fe sólo conviene a la
naturaleza divina; sino que como se hace con la figura de la preciosa y
vivificante cruz, con los evangelios y con los demás objetos sagrados de culto,
se las honre con la ofrenda de incienso y de luces, como fue piadosa costumbre
de los antiguos. “Porque el honor de la imagen, se dirige al original”, y el que
adora una imagen, adora a la persona en ella representada." (Dz
600-603).-
Los textos del Concilio, con tantos ecos del gran iconódulo San Juan Damasceno, utilizan la palabre "tradición" como algo unido a la razón de la doctrina que definen. Una tradición que procede de la misma época evangélica, continuada y corroborada luego por los sucesivos capítulos de la Historia de la Iglesia.
Tres tradiciones iconográficas de la antigüedad cristiana, El Mandylion de Edesa, la Verónica, y la pictografía de San Lucas arrancan de escenas contemporáneas a los dias de Cristo, ilustradas después con toda la riqueza imaginativa de los escritos apócrifos, que serían parte de la fundamentación iconológica de los primeros siglos.
Si en el Oriente la imaginería cristiana tiene estos preciosos referentes, en Roma brota casi espontáneamente en las Catacumbas, donde se desarrolla toda una iconografía original, con elementos propios que "cristianizan" sin complejos temas y formas del arte pagano, considerados aptos medios de expresión/simbolización del Misterio de Cristo.
La crisis iconoclasta de los Isaurios tuvo como marco la conmoción de todo el Oriente por el surgimiento impetuoso del Islám, que nace con la misma integridad anicónica veterotestamentaria, ahora re-interpretada desde el Corán mahometano con no menos fuerza. El traumático encuentro entre musulmanes del primer siglo con comunidades cristianas nestorianas y monofisitas en Siria y Caldea, derivó en un rechazo de los iconos fundamentado desde una re-lectura del Antiguo Testamento forzada por la presión del beligerante aniconismo islámico. Al llegar la controversia a Constantinopla, degeneró en verdadera conflagración político-religiosa, sumiendo al Imperio en sucesivas luchas internas, que debilitaron aun más su contestada posición como potencia del Oriente frente al Islám incontenible.
El Concilio Niceno IIº vino a ser para la iconoclasia lo que el Iº para el arrianismo: Su revelador y su debelador, a la vez; pero como en la época arriana, al Niceno IIº (Constantinopla-Nicea, año 787) siguió más de medio siglo de violencias iconoclastas, que sumieron a todo el Oriente en una profunda crisis que sólo acabaría con el Sínodo de Constantinopla del 843, memorable 11 de Marzo que quedó consagrado como "Triunfo de la Ortodoxia", una de las grandes Doce Fiestas litúrgicas de la Iglesia greco-bizantina.
Toda la crisis iconaclasta coincide con uno de los períodos más críticos del Occidente: La invasión musulmana de la España Visigoda y el resurgir de la "conciencia" imperial con Carlomagno y su "florecimiento" cultural. La controversia del iconoclasmo apenas si fue seguida en Europa; sólo el Papado romano mantuvo comunicación con sus protagonistas, y recibió finalmente los cánones del IIº de Nicea.
La profunda significación de la iconodulía triunfante fue definitiva para Occidente; si bien la tradición iconográfica bizantina quedó pronto estereotipada en temática y técnicas con poca variabilidad hasta el presente, la eclosión del Año Mil y el arte del Románico encontró un Occidente fundamentado doctrinalmente para asumir la representación del Misterio Cristiano, un caudal imparable que desde la tipología iconológica del medievo evolucionaría sin solución de continuidad al Gótico y el Renacimiento.
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N.b. Deo volente, complementaré esta entrada con otras sobre temas-comentarios iconográficos.
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