martes, 11 de septiembre de 2007
Tenori
Tan reciente el óbito del exuberante Pavarotti (q.e.p.d.), valga la modernura del youtube para el que quiera degustar desde mi blog esta exquisitez lírica, todo un lujo.
Es el españolísimo Miguel Fleta cantando el "Spírito gentile", de "La Favorita" de Donizetti, una de las más famosas arias del bel canto.
No sé de cuando será la grabación, calculo que de los años veinte, más o menos; una valiosa rareza de coleccionista melómano, digna de un Reverter, por lo menos.
Si les va la música-música y lo saben apreciar, es una delicia que les brindo. De nada; las gracias a Fleta, a Donizetti y al Creador (y al youtube ese).
Si no, sepan que tienen uds. un pésimo gusto musical (si tienen gusto y sentido musical, a saber); y tendrán orejas, pero no oído.
Tal cual (o peor, porque estas desgracias no suelen tener cura; por lo menos en esta vida).
¿Qué? ¿Gusta, o no gusta?
¡A mí me chifla!
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De membrillo
Aunque nos bombardeen todos los dias a todas horas con el climático cambio, ya sudamos en Sevilla la calor del membrillo. Con la misma sensación pegajosa que padecieron antes del cambiante clima mis abuelos, bisabuelos, moros, visigodos, romanos, fenicios, tartesos, y nietos de Adán y Eva que incolaran los primeros el Valle del Guadalquivir (desde que el rio se hizo su valle, claro).
El membrillo es fruta áspera de tacto y pulpa, de esas que hay que aderezar con confituras para que se pueda presentar en una mesa como Dios manda. Pero para los chiquillos, es un reto tentador morder y sentir los dientes largos y la lengua áspera con una gamboa. Gamboas es como se les dice a los mebrillos en mi pueblo. Es un nombre rotundo, apetitoso, que llena la boca al decirlo, como la fruta que apela: Gamboa.
Las traían en canastos de los huertos, para dejarlas estar hasta que se hicieran por Noviembre las compotas y la carne de mebrillo, una exquisitez de cocina conventual que en Sevilla alcanza el summum en la repostería de las Jerónimas de Santa Paula, una perfección indudable.
Antes de reservarlas para la conserva dulce, los niños lampábamos por coger una gamboa y sentir el escarrapelo de la carne recia llenándote la boca; como algunos venían todavía pasando del verde al amarillo, sin madurar, la acidez y la aspereza te estremecían de la coronilla al talón, como un calambre de fruta.
Ninguno terminaba su gamboa, y todas quedaban mordidas por la mitad, con marcas de bocados que se ennegrecían al momento, como los dientes.
Una fruta fuerte para un tiempo de calor característico. En mi pueblo son ya pocos los huertos que recogen gamboas; pero la calor del membrillo sí que vuelve todos los años por Septiembre.
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