El membrillo es fruta áspera de tacto y pulpa, de esas que hay que aderezar con confituras para que se pueda presentar en una mesa como Dios manda. Pero para los chiquillos, es un reto tentador morder y sentir los dientes largos y la lengua áspera con una gamboa. Gamboas es como se les dice a los mebrillos en mi pueblo. Es un nombre rotundo, apetitoso, que llena la boca al decirlo, como la fruta que apela: Gamboa.
Las traían en canastos de los huertos, para dejarlas estar hasta que se hicieran por Noviembre las compotas y la carne de mebrillo, una exquisitez de cocina conventual que en Sevilla alcanza el summum en la repostería de las Jerónimas de Santa Paula, una perfección indudable.
Antes de reservarlas para la conserva dulce, los niños lampábamos por coger una gamboa y sentir el escarrapelo de la carne recia llenándote la boca; como algunos venían todavía pasando del verde al amarillo, sin madurar, la acidez y la aspereza te estremecían de la coronilla al talón, como un calambre de fruta.
Ninguno terminaba su gamboa, y todas quedaban mordidas por la mitad, con marcas de bocados que se ennegrecían al momento, como los dientes.
Una fruta fuerte para un tiempo de calor característico. En mi pueblo son ya pocos los huertos que recogen gamboas; pero la calor del membrillo sí que vuelve todos los años por Septiembre.
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Mi abuelo suele recoger un montón de membrillos de su huerto, y se los da a mi madre para que haga carne de membrillo. Así, siempre hay mucho dulce para navidad. Me encanta la carne de membrillo encima de una loncha de queso...
ResponderEliminarPues dile a tu madre que este año se acuerde de dármela a catar.
ResponderEliminarYo la tomo a pelo, sin modernuras.
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¿Y los bocadillos de membrillo? En plan canapé puede que den el pego fino, pero en bruto y con pan de Las Cabezas, son merienda rústica integral.
ResponderEliminarYes: Una contundente colación!
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