Con el Sínodo de la Familia como trasfondo, hemos visto despabilarse una consciencia de fe que ha brillado en las intervenciones de algunos de los obispos sinodales, iluminando el oscuro ambiente que otros habían ido extendiendo por el aula. De esa inteligencia rectamente alumbrada y motivada por la Escritura-Tradición-Doctrina hemos participado todos los que hemos seguido con atención y oración las sesiones de la preocupante asamblea sinodal. En este sentido, esta mañana, en la Misa, las palabras de la Epístola de San Pablo a los Romanos resonaban con especial virtud, tonantes como un relámpago:
Porque los que se dejan dirigir por la carne tienden a lo carnal; en cambio, los que se dejan dirigir por el Espíritu tienden a lo espiritual. Nuestra carne tiende a la muerte; el Espíritu, a la vida y a la paz. Porque la tendencia de la carne es rebelarse contra Dios; no sólo no se somete a la ley de Dios, ni siquiera lo puede. Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Rm 8, 5-9
La claridad del texto inspirado deja en evidencia a quienes con sus propuestas llevaron al Sínodo la voz de la carne y exigían sus derechos, los derechos de la carne. ¿O no son hechos de la carne las situaciones de pecado, el divorcio y el adulterio, la práctica de la homosexualidad y las relaciones contra natura, las uniones aberrantes legitimadas por las políticas contra-cristianas, la inmoralidad del materialismo neo-pagano que envilece a todo el Occidente moderno?
La innovación se presentaba en el Sínodo con el empuje de la novedad y el cambio como única razón, más la fuerza de una masa social de conciencia turbia incapaz de distinguir ya el pecado de la virtud. Hasta se han atrevido a predicar la necesidad del cambio como si la verdad y el bien moral estuvieran sujetos a la inestabilidad variable de las ideologías, la moda de una época o la razón extraviada de las mayorías.
Decepcionantemente, el Sínodo, aun salvando la doctrina, ha dejado demasiados cabos sueltos. Compromisos y equilibrios de tendencias han impedido que prevalezca una doctrina nítida y fuerte que posibilite después una vigorosa pastoral universal capaz de resanar y plantar semillas de buena y verdadera re-evangelización familiar.
Al fin, hemos vuelto a oir con desencanto la bronca reprimenda preñada de descalificaciones de quien debiera ser el primer garante del bien y el porvenir de la Familia Cristiana:
"Ei Sínodo significa que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente viva de eterna novedad, contra quien quiere «adoctrinarlo» en piedras muertas para lanzarlas contra los demás. Significa haber puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas. Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores. Significa haber intentado abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible. (...)(Discurso de clausura de PP Franciscus; leer texto completo aquí)
Y –más allá de las cuestiones dogmáticas claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia– hemos visto también que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado. ***
(...) La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón. (...) Significa superar las tentaciones constantes del hermano mayor (cf. Lc 15,25-32) y de los obreros celosos (cf. Mt 20,1-16). Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el hombre y no al contrario (cf. Mc 2,27).
También dice poco después que "...El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas...", con ese rancio tono que olvida desde cuando no se condena y anatematiza (¡ay!) a nadie ni nada, como si la memoria se le hubiera quedado bloqueada en un pasado remoto que se vuelve a imaginar en extemporánea desconexión con el presente.
Habiendo dicho poco antes que los participantes en el Sínodo se han expresado con "métodos no del todo benévolos", no nos podemos creer la benevolencia con misericordina que se predica en este texto.
Cuando termina diciendo que "...concluir el Sínodo significa volver verdaderamente a caminar juntos", nos quedamos suspensos en la perplejidad de una intención que difícilmente compagina con lo dicho antes.
De todas formas, Deo gratias por el Sínodo que termina..
Et oremus pro fructibus...et futuras sinodales consecuentias.
*** (Llamo la atención sobre este párrafo con ese discurso inculturizador, que rezuma relativismo del más neto sabor modernistizante. Nótese.)
+T.
La violencia verbal y el revanchismo de este discurso son impropios de un Pontífice. Quedará para los anales de la vergüenza de la Cátedra de Pedro.
ResponderEliminarGracias Padre. Es notable, y alguien debiera hacerlo, la compaginación de las diferentes lecturas dominicales con el Sínodo, mientras duró el Sínodo. Parecen puestas a propósito para denunciar al Sínodo. En ambos calendarios litúrgicos.
ResponderEliminarVladimir.
O sea que el Papa, el Vicario de Cristo, no quiere disimular la inquina ¿invencible? que le inspiran los católicos que pretenden ser consecuentes con su Fe y defender la doctrina cristiana. Doctrina que es Verdad Divina revelada, inmutable por esencia, para todos los pueblos y épocas. Lo sabe -o lo sabía- un niño de catecismo de Primera Comunión. Pero el Obispo de Roma lo quiere ignorar. Y le irrita que algunos se lo hayan recordado estos días. Tristemente, no nos sorprende después de dos años y medio de sufrir a este señor -"Salva reverentia" y todo eso-. Pero que haya tantos sacerdotes que no sepan predicar sin referirse a los admirables hechos y dichos de nuestro Santo Padre Francisco, y tantísimos fieles encantados con ello, es para llorar. Por nosotros y por todos. Por todos nuestros pecados.
ResponderEliminarEstimado:
ResponderEliminarEstá claro; ha sido removido el Katejón.
El avinagrado ha salido dolido, y lo ha mostrado sin disimulo.
ResponderEliminarDon Tercio: yo hubiera preferido que el sínodo de nuestras culpas se hubiera alineado con su postura, me refiero a la del avinagrado, que es la de los jesuitas que lo apoyan y asesoran, y la de todos los Kasperes, Marxeses y la peña que les aplaude, porque me sería más fácil vivir sabiendo que yo ya no estoy en su Iglesia.
Ahora mi consternación es mayor que el desagrado que muestra el avinagrado.
El Señor sabrá lo que hace, porque yo no alcanzo a saber, y estoy harto de esta tropa y del jefe.