domingo, 11 de mayo de 2014
Btº Pablo VI
Mi padre le llamaba 'Pabloví', jugando con el numeral VI como si fuera la terminación del nombre con cierto soniquete de apellido ruso: 'Pablovich'. Mi padre no era beato papista; mi padre era católico y franquista, falangista nieto y sobrino de carlistas. Por eso se atrevía a meterse con el Papa, por ser católico sin complejos y detectar (sin profundidad ni distingos eruditos) las anomalías de Pablo VI, todo aquello que se hizo por obra y gracia del Papa Montini.
A mi madre no le hacia gracia que mi padre llamara Pabloví a Pablo VI, y cambiaba de conversación cuando la conversación derivaba en críticas al Papa. Mi madre no criticaba a Pablo VI, pero le tenía devoción a un sólo Papa, a Pio XII, cuyo busto de escayola tenía siempre a la vista, en mitad de la estantería de su salón; estaba especialmente encariñada con aquella figurita del Papa Pacelli.
Pablo VI fue el Papa de mi niñez y mi primera juventud. Le guardo ese afecto y respeto reverente porque fue el Papa que conocí, y con él aprendí a querer al Papa. De Pablo VI tengo muchos recuerdos, estampas, fotos, revistas, televisión, cosas del colegio de las MM Teatinas, del año de mi Primera Comunión y de cuando la Confirmación. Me acuerdo muy bien del secuestro de Aldo Moro y la súplica dramática de Pablo VI. En Agosto del '78, cuando murió, viví intensamente aquellas semanas históricas, los dos meses ocupados por la rápida enfermedad y desaparición del Papa Montini, el Cónclave, la elección y muerte de Juan Pablo I, el nuevo Cónclave y la llegada de Juan Pablo II.
Entonces (universitario, con diecisiete-dieciocho años) ya tenía un concepto muy crítico sobre Pablo VI, mucho más que el que tenía mi padre. Ahora, si me preguntan, digo que el de Pablo VI fue uno de los pontificados más ruinosos de la historia, el comienzo de la decadencia imparable que Juan Pablo II aceleró con el relumbrón excesivo y voluntarioso de su largo pontificado, en uno y otro caso, con el Vaticano II como referencia obsesiva, rellenando con decretos e iniciativas inspiradas en el concilio el vacío eclesial que iba evidenciando la crisis del catolicismo. La pantalla poderosa de la hipertrofia juanpablista ocultaba la decrepitud galopante de la Iglesia.
Los des-católicos que señalaban a Juan Pablo II como el involucionista polaco, no entendieron (o disimularon) que Wojtyla fue el gran activista del Vaticano II, en todos los sentidos. Todo lo que - a pesar de todo - había sobrevivido con cierta dignidad durante los años de Pablo VI (y me refiero muy especialmente a la dignidad del Papado, formal y esencialmente) periclitó durante los casi 30 años de Juan Pablo II, luces y sombras.
Concuerdo con quienes entienden estas urgidas y aceleradas beatificaciones y canonizaciones como una huida hacia adelante de quienes están empeñados en dejar atado y bien atado el Vaticano 2º, no sólo mediante la continua re-proclamación del concilio y la re-evocación de su 'espíritu', sino también con la exaltación de los Papas del Vaticano II, cuyos calamitosos pontificados se obvian y quedan en la cuneta a-crítica de la historia que no quiere enjuiciar, ni revisar, ni releer, ni hacer balance general, realista y sin 'mitoramas' del V2º y sus consecuencias.
Todo eso no empece para que mantenga un respeto cariñoso a Pablo VI, aunque nunca me lo haya imaginado en los altares. Cuando las causas de los Santos se tramitaban con rigor, antes de la lamentable reforma de Juan Pablo II, la causa de Pablo VI (y la de Juan Pablo II) ni siquiera se habría incoado, por no resistir ni el primer examen de rigor. Pablo VI no gozó de fama de santidad en vida, ni murió en olor de santidad.
Ahora, después de haber sabido que ya tienen fijada la fecha para la beatificación del muy patético (y hamletiano, según ciertos excéntricos mitómanos admiradores) Pablo VI Montini, me pregunto quién le seguirá, a quién más tendrán en la lista de los canonizables vaticanosecundistas. ¿A Lercaro? ¿A Bea? ¿A Suenens? ¿A Frings? ¿A Doepffner? ¿A Köenig, quizá?
Suponemos, con toda lógica y congruencia, que si han comulgado con la piedra de molino de la beatificación de Montini, es de temer que tendrán tragaderas para atreverse a canonizar hasta a Benelli, a Bugnini y (¡¡por qué no!!) a Monseñor Marcinkus.
Y todos antes que a Pio XII.
+T.