domingo, 9 de marzo de 2014
Que por nosotros fue tentado
La escena de las tentaciones de Cristo en el desierto siempre me ha parecido una de las más imponentes de todo el Evangelio, muy distinta de todas las demás (la he comentado varias veces: 1er. Dom. Cuaresma; Las Tentaciones-1; Las Tentaciones del Hijo; Las Tentaciones-2; Las Tentaciones en el Desierto). La comparecencia de Satanás actuando, tentando, conversando con Cristo, confiere a toda la narración un aire diferente, excepcional, que no se repite en ninguno de los misterios de la vida del Señor. Como recalco cada vez que menciono este pasaje, tiene el especialísimo valor de ser un Evangelio no narrado por testigos externos, apóstoles, discípulos o evangelistas, sino que depende solamente del mismo Cristo, siendo suya la narración de la escena, pues sólo Él pudo contarla a sus discípulos.
El escenario, que es el desierto, se me aparece imponente, fascinante y terrible por su misma indefinición espacial y sus múltiples referencias: La soledad, el anti-paraíso, la exposición, el desierto de los Patriarcas, el desierto del Éxodo, el desierto de la Alianza, el desierto de la Ley, el desierto del maná, el desierto del agua viva, el desierto del pecado, el desierto del castigo, el desierto de los perseverantes, el desierto de los esperanzados, el desierto de los elegidos, el desierto de los resistentes, el desierto de los creyentes, el desierto de los Profetas, el desierto del culto, el desierto de los guiados, el desierto de los tentados...
Se me aparecen sólo dos coordenadas, dos espacios, tangentes en un profundo pero nítido horizonte, el cielo y la tierra, las arenas del suelo y las estrellas del cielo. El Evangelio no dice si las escenas ocurren de día o de noche, con sol o con estrellas; no lo dice. El pasaje sólo tiene personas, voz y un mínimo atrezzo, con muy pocos elementos: piedras presentes y pan sugerido. Tampoco los lugares referidos en las otras dos tentaciones son de descripción pesada o prolija, pues se menciona solamente un punto muy concreto del Templo de Jerusalén, y luego una panorámica general, sumaria, de todo el mundo, reinos y poderes, como una gran telón desplegado en un flash comprimido.
Cristo responde terminante, con palabra dominante, ni filósofo, ni sofista, en absoluto dialogante, soberanamente displicente, divinamente arrogante.
El Demonio tienta sugerente, inteligentemente, conocedor de circunstancias, con fina estrategia, conduciendo la tentación a su clímax, desde el hambre de pan a la dominación del mundo.
Los Ángeles ministrantes que se citan al final parecen haber estado en un palco celeste, presenciando la escena, contenidos, esperando al final para desbordarse al fin en un servicio a Cristo, Dios y Hombre, alimentando solícitos el hambre del hombre y adorando rendidos al Hijo de Dios, que ellos sí conocen, pero que el Ángel Caído no reconoció.
Fue tentado para ser vencedor. Se dejó tentar para vencer al Tentador. Sus tentaciones fueron para nuestra victoria.
En Cuaresma, además de la del Breviario antiguo, me gusta rezar la otra antífona del invitatorio de la Liturgia de las Horas: "Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nostros murió".
Laus Tibi, Christe !!!
n. b. He preferido, en vez de una pintura o un grabado, como otras veces, poner la secuencia de Il Vangelo secondo Matteo, de Pasolini, tan parcamente cuaresmal, bella y sacra. Es curioso cómo, a veces, los pecadores cuentan los Misterios casi tan bien como los Santos, como este extraordinario Pier Paolo Pasolini, evangelista.
+T.