Era una chica discreta, de aspecto delicado, reservada, de las que dicen buenos días y adiós con la cabeza agachada y de medio perfil, tímida - pensaba yo - y quizá un tanto distante, un poco displicente. No tenía más datos que estos que extractaba de las pocas veces que me paré a pensar en ella, tampoco reclamaba más atención. No recuerdo si alguna vez la confesé, pero aparecía regularmente, asistiendo a Misa, por la mañana o por la tarde.
Una vez, por algo que dije en un sermón, su padre (que yo no sabía que era su padre) me preguntó de parte de su hija si podía darle alguna referencia más precisa sobre aquello, un detalle sobre la inspiración/diseño de la bandera de Europa y la famosa vidriera de la Catedral de Estrasburgo; es el único momento que relaciono con ellos, vagamente. Hace unos días, el padre de la chica me comentaba que ellos dos recordaban una riña incontinenti, un broncazo, que les eché una mañana al acabar la Misa, por no sé qué detalle de no me acuerdo qué cosa. Pero pudo pasar, tuvo que ser, más o menos como ella y su padre recuerdan, hasta tal punto que me caracterizaron por aquella bronca matutina. Sin duda merecida, tengo que precisar, como todas las soflamas que dirijo a mis asíduos, muy queridos míos.
La joven aparecía y desaparecía, con esa frecuencia típica de quien no tiene vinculación obligada con la parroquia y mantiene un ritmo de asistencia según horarios personales, por comodidad, o por afinidad, o por preferencias las que fueren. Yo la tenía conceptuada como una chica piadosa, con cierto aire de vocación en ciernes, serena en su discernimiento, con una sincera vida interior que afloraba en esos pequeños detalles que el cura capta por empatía con el medio espiritual, relativamente compartido: La forma de estar, de sentarse, de arrodillarse, la postura de la cabeza, el banco en que se sienta, cómo se acerca a la Comunión, cómo comulga, el rato de acción de gracias, la forma de entrar y salir, todas esas minucias que el cura observa sin atención especial pero personalizando, con más o menos consciencia, a sus feligreses. No diré que como el médico en la consulta, o como el maestro en la clase, ni mucho menos como el director a su dirigido, porque, como estoy diciendo, no había especial conocimiento, ni tratamiento, ni presentación formal siquiera. Era, si me explico, una observación estática, nada dinámica, distante pero constante.
Si me hubieran preguntado, yo habría respondido que la chica estaba discerniendo una vocación religiosa, posiblemente a una clausura. No me preguntaba sobre el particular, ni me interesaba en tanto no me implicaban en ello, pero tenía hecho el concepto, sin perfilar pero sí bien trazado, con bastante seguridad. Alguna vez pedía por ella en uno de esos sumarios comunes en los que meto muchas intenciones, algunas generales, otras particulares, durante la Misa, poniéndolas sobre el Altar. Como en estos casos no sé bien qué rogar porque no se me ha encomendado ninguna intención, ni personal ni directamente, para no desleir la oración en una vaguedad insulsa, rezo esto:
-'Señor te pido por ese/esa y por lo que él/ella te pide y necesita'
Si sé el nombre, lo incluyo, y si no, lo dejo indefinido. Con Dios no se necesitan ni detalles ni explicaciones, ni propias ni ajenas. Es una ventaja, siempre.
Ahora no recuerdo la fecha, imagino que sería a principio de curso, por Octubre, una mañana, en Misa, mi observada quasi-feligresa apareció vestida con una falda hasta lo pies, una blusa blanca y una pañoleta azul en la cabeza. Hace de esto unos cinco o seis años, todavía no existían las nenas de Lerma, pero ya había algunos nuevos institutos religiosos que vestían hábitos de ese estilo. No me gustó, porque capté al instante que de clausura nada, que la vocación había cuajado en alguna novelería confraternizadora espiritualista a la moda postconciliar.
En cuanto terminó la Misa, salí de la sacristía y esperé para interesarme, ya que lo que fuera se señalaba patente, con aquel hábito o pre-hábito tan elocuente. Cuando me dirigía a la capilla del Sagrario, para esperar a que saliera, alguien se me acercó para alguna cosa y me entretuvo. Antes de que concluyera aquella interrupción, vi de reojo cómo se me aproximaba la neo-monja, discretamente, como era todo en ella, la acompañaba, unos pasos detrás, otra chica, una hermana o una amiga, me explicó luego. Con pocas palabras, me dijo que dentro de un par de días se iba de postulante al noviciado de las Misioneras de la Caridad, las de Madre Teresa de Calcuta. No sé si ella notó la alegría que me dio (y la tranquilidad) saber que era allí a donde el Señor había dirigido su vocación. Le dije algo sobre sus padres, la animé a perseverar y le prometí oraciones. Y poco más.
Desde entonces la recuerdo en mis oraciones, entre las intenciones que encomiendo. No sé (¡no sabía!) por qué, desde esta pasada Cuaresma, la he recordado en la Misa varias veces, expresamente, quizá porque he visto que estaban su padre o su madre, y la he puesto con su nombre, con sus intenciones, sobre el altar.
La otra tarde, su padre me trajo una tarjeta dibujada y escrita a mano por ella, avisándome de que hoy profesaba votos temporales:
"...Le escribo para compartir mi alegría de que, si Dios quiere, el próximo día 23 de Mayo haré mis primeros votos temporales como Misionera de la Caridad.¡No sé cómo dar gracias a Dios por la vocación tan bonita que me ha llamado a vivir! ¡Pertenecer a Jesús, qué gran dicha! ... ... ...
... ... ... Le ruego sus oraciones y bendición.
En Jesús.
Sr B. "
Profesarán con ella otras nueve. Serán diez, como las vírgenes de la Parábola, diez predilectas. Yo rezo para que las diez se mantengan vigilantes, sensatas, prudentes, con la lámpara encedida, hasta que escuchen la voz que les diga -'¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!'
Sostén, Señor, el amor de tus consagradas, sella el corazón de tus elegidas con el beso divino de tu Espíritu.
¡Qué dicha, Señor, si al fin entramos en tu banquete, si celebramos tus bodas celestiales!
¡Guárdanos, célanos, Amor de los amores!
+T.