domingo, 22 de abril de 2012

Generación Wojtyla / Generación perdida


El juanpablismo fomenta la 'juanpablomanía' (afición/afección desordenada por las cosas del beato JP2º) y también la 'juanpablolatría' (veneración excéntrica, desmesurada y desordenada del beato susodicho). El fenómeno con sus epifenómenos se alienta y promociona desde círculos de reconocida filiación juanpablista, así como por determinados entes de interés (no diré económicos, ni comerciales, ni nada de eso, porque son términos groseros que no me gusta usar).

El último 'juanpablazo' (i. e. exitazo promocional-comercial juanpablista) es este montaje escénico-dramático-musical que ya circula por Italia, una obra muy inspirada en las archi-publicitadas tendencias y aficiones del beato Wojtyla, tan escénico y dramático él mismo:



Por lo que se ve en el youtube, por el entusiasmo de chicos y chicas que hablan de su 'experiencia', la cosa va de lo que va, sin más profundidades. Lo paradójico es que a veces te encuentras con que los entusiastas del hit-parade juanpablista son de los mismos círculos que en los años 70 abominaban de la 'ópera rock' (perdón por el exabrupto) Jesucristo Superstar, siendo ahora lo de Wojtyla más de lo mismo de aquello, en formato incluso más avanzado, porque el tiempo no pasa en vano.

A mí me parece otro exceso más en torno al que decían y aclamaban 'magno-santosúbito', incluso me parece blasfemo el cartel italiano que anuncia el espectáculo, que parafrasea en su título el versículo del Evangelio "la Palabra se hizo carne" alterándola y deformándola en "la Parola si fa música / la palabra se hace música". Si esto mismo lo hubiera hecho un artista postmoderno, hubiéramos clamado ¡blasfemia, blasfemia!, pero como es un teatrillo rock sobre el beato magno JP2º, a los chicos neocons les parece estupendo y aplauden la ocurrencia y hasta sufrirán paroximos de entusiasmo wojtyliano, clímax de emoción magno-juanpablista, ataques de histeria escénico-papapolaco. Y cosas así.

Uno de los promotores, el director musical del engendro, Raffaelle Avallone, dice que:

"Hay que hablar a los jóvenes en el idioma que ellos comprenden. No se trata de cantar la misa en latín o con la guitarra como se hace en las iglesias".

Pero me temo que pronto se cantarán en las iglesias las cuchufletas rock del drama escénico juanpablista, con guitarritas, en la Misa. Me imagino, por ejemplo, a las chicas nenas-monjas de Lerma, con sus sayas de blue-jeans y sus pañoletas, tocando y cantando los números del músical rock. No sé cuándo se harán y se cantarán las primeras adaptaciones pseudo-litúrgicas (todo cabe en la neo-liturgia, como muy bien demostró el mismo magno-beato JP2º), pero pronto aparecerán.

¿Qué será lo siguiente? Cualquier cosa. Cualquier cosa de lo que ya hay, quiero decir, porque estos elementos de 'nuevangelización' copian lo que hay fuera, plagian los recursos del mundo con la ilusa intención de que lo que engancha a los jóvenes vale para evangelizar a los jóvenes, sin distinguir ni deslindar planos ni referencias, como si todo valiera para todo.

Algún día, alguno de estos avispados promotores neocons montará un parque temático Jmj's o crearan una Juanpablolandia, con atracciones espirituales y bono de conversión con extra-esperiencia espiritual y flipa en colores.

El dia menos pensado, ya lo verán Uds.

+T.

La caza real


Cuando desaparecieron Don José María Pemán, Don Pedro Saínz Rodríguez y los otros pocos monárquicos inteligentes, sabios, históricos, perdimos una clase privilegiada que no se ha renovado. Siempre he visto en la ausencia de grandes monárquicos una de las mayores y más peligrosas debilidades del status político de la España actual.

Gente de la talla de los que acabo de citar, Saínz Rodriguez y Pemán, fueron una especie de custodios-mentores de la monarquía, desde el destronamiento de Don Alfonso XIII hasta la proclamación de Don Juan Carlos. Desfortunadamente, no han tenido herederos.

De aquella generación de monárquicos, hay que destacar que sus convicciones políticas iban acompañadas (precedidas) de una firme profesión católica y una neta conciencia española/hispánica, y entendieron que la mejor definición político-social para el futuro de España se garantizaría por y con la monarquía como institución de referencia.

Lo que ha sucedido estos días atrás, sólo se entiende desde la errática perspectiva de una sociedad sin conceptos históricos, por la pérdida de auto-conciencia, un vacío quasi ontológico que se rellena con viento de mentideros de internet, modas de esquina, rejones de micrófono, portadas de revista y titulares de televisión.

Cuestionar las entradas y salidas del Rey puede ser justo y necesario dentro y a partir de cierto entorno familiar-institucional, un nivel que circunscribe a unos pocos selectos por proximidad dinástica o por responsabilidad estatal, y a nadie más. Pasar de ese límite, bajar de ese nivel, denota desafecto por la Corona y deslealtad con las personas.

La publicación de lo de la cacería, la agitación de los medios por el anecdótico incidente, si fuera una maniobra tramada por la siniestra post-marxista del psoe y cía, apestaría lo mismo pero se entendería ajustada a la indignidad de sus inductores. Lo que sorprende es ver a neocones pperos y gacetilleros afines pringando en el plato, al borde de la iracundia jacobina.

Las revoluciones acabaron con la nobleza de sangre como clase, pero no consiguieron que desaparecieran las monarquías como formas de identidad histórico-nacional. Los estados que las han conservado, se enriquecen con un patrimonio de inmenso valor, digno de admiración y preservación constantes, permanentemente, en todo tiempo y bajo cualquier circunstancia.

Ser Rey de España no es cualquier cosa. Que lo sepa el Rey, importa. Pero importa tanto (o más) que la gente sepa que al Rey no se le pasa revista.


+T.