jueves, 27 de octubre de 2011

Asís 3


Los católicos conscientes padecemos estos días como un eco reverberante que, sin ser una audición sensible, nos trae, se lleva y nos vuelve a soplar citas como esta:

"...Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de oyentes e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles de todo género, de cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión."

Es un párrafo muy conocido (por quienes conocen estos textos) que se ha vuelto muy sentido (para quienes sentimos estas doctrinas) dados los tiempos contradictorios que nos ha tocado vivir, cuyas contradicciones nos afectan y nos confunden, dejándonos muchas veces bloqueados, como impedidos para discurrir por la via recta que - se ha supuesto siempre - hemos de transitar iluminados por la Fe.

La cita es de la encíclica Mortalium Animos, de Pio XI, publicada en 1928. El párrafo anterior está entresacado de este otro fragmento, de la misma encíclica:

"...Convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de que no será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual. Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de oyentes e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles de todo género, de cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión.

Tales tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos, puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.

Cuantos sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan, sino también rechazan la verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios."
(aquí el texto completo, en español, de la Mortalium Animos)

La importante encíclica de Pio XI aparece en plena efervescencia del movimiento ecuménico, alentado desde la primera década del siglo por algunas personalidades y grupos protestantes europeos, principalmente. Con la 1ª Guerra Mundial, la traumática experiencia de los contendientes animó todavía más las tendencias pan-cristianas que aspiraban a superar desuniones históricas e iniciar una nueva época bajo el signo de la comunión deseada. Se imponía una confraternización por encima de las barreras (¡trincheras!). Sonaba la campana de la convergencia, se cerraba el capítulo de las divergencia y las rupturas.

En 1928, los líderes del movimiento ecuménico podían dar ya cuenta de esperanzadores logros, más allá del simple entusiasmo inicial. Quizá para las confesiones nacidas durante la crisis de la Reforma Protestante la coincidencia en la fe y el culto de sus respectivas comunidades era un relativamente fácil común denominador, bastante posible de alcanzar. A pesar de todo, esta gran movilización ecumenista da la impresión de ser algo que estaba sólo en la intención de una cierta élite promotora, lejos de las expectativas comunes de las confesiones a las que ni siquiera podría decirse que representaban oficialmente, dada la multi-fragmentación y sectarización de las confesiones reformadas, con sus muchas peculiaridades.

La Iglesia Católica contaba por entonces con una experiencia muy distinta, todavía activa, fresca en el tiempo, que le proporcionaba un concepto muy desmarcado del que animaba a los ecumenistas protestantes. Con un sentido sinceramente original, el Movimiento de Oxford había iniciado algo que, sin llamarse propiamente 'ecumenismo' ni ser reconocido como tal, respondía a las expectativas que la Iglesia Católica pudiera tener sobre el particular. Si los activistas del movimento ecuménico insistían en conceptos como encuentro/diálogo/comunión, Roma sabe y mantiene que la clave sine qua non estriba en la conversión, justamente lo que había sucedido en el Oxford de Newman, entre aquellos anglicanos inquietos, inconformistas y conscientes, que fueron después críticos tractarianos, y concluyeron su tendencia convirtiéndose en católicos romanos. Roma estaba donde siempre había estado, y la reintegración de la unidad perdida tenía un sólo camino con meta en Roma, cabe la Sede de Pedro.

En este sentido, la contundencia de la Mortalium Animos es sólo clarividencia magisterial, sin ambages; un documento en concordancia con la tradición de la Iglesia, un verdadero texto con palabras proféticas, tristemente realizadas luego en un sentido que el Papa Pio XI jamás llegaría a concebir.

¿Qué ha sucedido en la Iglesia para que, a menos de un siglo de este magisterio, se hayan publicado textos y promovido actos que parecen contradecirlo? ¿Cual ha sido el motivo que ha deparado semejante divergencia doctrinal?

En cierto sentido, el ecumenismo católico comienza con un complejo, el del desnivel que estiman los promotores católicos que existía entre las versátiles propuestas unionistas protestantes y el monolitismo de la doctrina católica, sólidamente anclada porque se definía como roca firme, piedra de referencia universal. Los católicos que sentían la inquietud ecuménica, por encontrase con los 'hermanos' que se fueron, estaban dispuestos a dejar, a perder el sólido cimiento y cambiarlo por la movilidad ubícua del fascinante ecumenismo. Mejor caminar que llegar, se diría más tarde; mejor ser compañeros de viaje que hijos en la misma casa y la misma mesa.

Esta tendencia ecumenista se confundía muchas veces con el modernismo doctrinal, siendo dificil deslindar lo que podría ser compatible con la ortodoxia tradicional y lo que era una re-conceptuación neo-eclesiológica incompatible con la doctrina católica. En sentido ortodoxo habría que interpretar todas las iniciativas que culminaron durante las sesiones del Vaticano II; en el proemio del decreto conciliar Unitatis Redintegratio, la declaración de intenciones es tan clara como solemne: "Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II...". Este mismo texto, el mismo párrafo, utiliza expresiones ambiguas, confusas, imprecisas, diciendo, seguidamente, que "... única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo."

Desde textos como este, sin la claridad de documentos magisteriales anteriores - verbigracia la encíclica Mortalium Ánimos - se fue practicando el ecumenismo católico del post-concilio. Entre sus metas se introdujo una confusión más, alentada también por otro documento conciliar, la declaración Nostra Aetate en la que el Concilio exponía de forma novedosa el pensamiento y la voluntad de la Iglesia respecto al judaísmo, el islam y las religiones del mundo. La integración de las declaraciones de Nostra Aetate entre las intenciones ecumenícas fue un paso que se dió en la espontaneidad de la confusión ambiental generada y mantenidad passim, en un ambiente signado por la buena voluntad de quienes se referían al muy indefinido pero versatilísimo 'espíritu del vaticanosegundo'.

El gran consumador de todo este proceso fue Juan Pablo II; la convocatoria de Asís en 1986 marcaba un punto referencial. La Iglesia Católica escenificaba y ritualizaba, prácticamente, algo que ya estaba presente entre las instituciones del ecumenismo protestante (cfr. The Gifford Lectures / Conferencias de Gifford ): Una tendencia pan-religiosa que se deslizaba desde el punto original de una mínima confesión cristiana (un credo elementalmente cristológico-trinitario) a consideraciones meramente teístas y a un naturalismo teológico compatible con la postulación de un concepto minimalista del hecho religioso, reducido a cierta experiencia espiritual extrapolable a cualquier forma religiosa en cuanto abierta a una reconocida (pero indefinida) trascendencia. Parecía como si el encuentro de Asís aportara, finalemente, una forma celebrativa pública y universal a estas iniciativas de las élites ecumenistas, un marco solemne para la presentación del común religioso universal. La paz era el pretexto.

Ayer tarde, casi a la manera de unas vísperas litúrgicas, se rezó en la Plaza de San Pedro por el tercer encuentro de Asís; estas fueron las oraciones (no las comento, pero son - entiendo - significativas).

A este tercer encuentro de Asís se le concede tanta importancia que en la página de la Santa Sede aparece hoy un enlace para seguir en directo los actos principales de la jornada. Ahora mismo, mientras escribo esto, estoy conectado oyendo y viendo lo que ocurre en el escenario instalado dentro de la Basílica de Ntrª Srª de los Ángeles, delante de la capillita de la Porciuncula. Si quieren Uds. aquí pueden conectarse, pulsando sobre la pantallita en color (no sé si la conexión estará activa todo el día, o sólo en para algunos actos).

Yo he rezado, sobre todo, para que se aclare lo de Asís y para que lo de Asís termine, para que no se repita más y se olvide. Sé que la historia no tiene marcha atrás, pero también sé que los errores son corregibles.

Recalco el magisterio de la Mortalium Ánimos y me afianzo en su doctrina, mientras sufro la tensión de enfrentarme con un magisterio y unos actos que contradicen al Magisterio. Una extraña y absurda confrontación que no se justifica, pero que existe y es una de las llagas de la Iglesia post-conciliar.

Cierro repitiendo el texto que más arriba cité:

"...piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.

Cuantos sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan, sino también rechazan la verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios."



Texto del discurso del Papa Bnedicto XVI, Asís 27 de Octubre 2011

Sancti Spiritus gratia, rogamus ac petimus ut in fide recta confirmemus et sanctificemus nos. Amen.


+T.