viernes, 17 de junio de 2011
Premiando oscuridades
Un premio suele ser un invento de gente que quiere ser premiada. Y organizan un premio, con la esperanza de que ya les llegará a ellos. Otra modalidad es la de los padrinos: Idean un premio para sus ahijados, con intenciones segundas. Otra clase de premio es la que se instituye para hacerse propaganda, darse a conocer, presentarse en sociedad o entrar en determinados ambientes y/o relaciones, con el premio como coartada circunstancial. Una elaborada variedad es la del premio que se piensa para premiarse a uno mismo en los premiados, alternativa rentabilísima en la mayoría de los casos.
De cual de estos sea el premio que le han dado a Olegario (sobra el apellido), no sabría decir. Lo que sí digo es que se está premiando a un teólogo turbio, neblinoso, para nada claro. Si el paradigma a aplicar fuera el joánico de que la verdad se acerca a la luz, a Olegario le hubieran debido dar como premio una paletada de carbón de encina.
Ayer comentaba con un amigo (un cómplice, claro) que la Cristología es el corazón de la Teología, que una Cristología sana supone una teología sana en consecuencia, porque la Teología Cristiana, resumiendo, es sobre todo y ante todo Cristología. Y desde la Cristología, todo lo demás.
¿Y si falla, si no es buena la Cristología? Si sucede esto, toda la teología, en consecuencia, quedará afectada, descompuesta, con más o menos gravedad, pero siempre corrompida y devaluada, con riesgo de heterodoxia (el desarrollo de la heterodoxia que haya estado afectando a la misma Cristología).
Olegario no es un genio, ni es original. Es un castellano aplicado que estudió en España y en Alemania y en otros sitios. También existió una emigración 'teológica', en los mismos años en que nuestros trabajadores se iban a currar a Alemania, a Suiza, a Francia, a Inglaterra, a Bélgica. Lo mismo. Hubo unos años en que se emigraba a Tubinga, a París, a Lovaina, a Friburgo. A donde fuera, pero fuera, no en España, con ese despego que consideraba que lo de fuera era lo mejor y en el extranjero estaba la salvación. Ni siquiera Roma parecía suficiente, se quería una catarsis extra-española cuanto más radical mejor.
Nuestros teólogos volvían de Tubinga y de Lovaina con la misma cara de catetos mesetarios que se llevaron al dejar sus respectivas diócesis españolas con Ñ. Pero entraban en España pisando fuerte, con clergyman, con corbata los más descarados. Y Rahner en la maleta. Y los demás. Y el espíritu del Vaticano 2º como el que volvía de Munich con el tatuaje de una rubia en el brazo. Lo mismo; mutatis mutandis, lo mismo.
Al premiar a Olegario han premiado todo eso. Es como si hubieran dado un óscar al Alfredo Landa de 'Vente a Alemania, Pepe', pero en teología. Teología mesetaria, tripa de Castilla la Vieja con relleno de salchicha muniquesa. Algo así.
Todo esto lo digo con admiración por Alfredo Landa y la peli aquella y lo que representaba, también con mis respetos (muchos) para los valientes que dejaban España buscando mejor curro en Alemania. Pero lo digo, por otra parte, con mi más visceral antipatía por Olegario y lo que representa.
Un libro de Olegario es un tostón, que además de pesado rezuma dudas de buena doctrina por todos sus índices. De mala doctrina, es decir. O mejor dicho: De medida y equilibrada mala doctrina. Quiero decir que - por comparar, sin más intención, conste - si Olegario fuera hereje-hereje, sería medio-hereje: Un semiarriano, un semipelagiano, un 'semi'. Se ha cuidado mucho de bailar bien en la cuerda floja, de hacer malabarismos en el alambre, manteniendo el equilibrio. En eso es un maestro.
La voz capona, chillona, la chaqueta de mezclilla, el chaleco de cuello de pico y la corbata, ese look, ese estilo, ese hocico fruncido que mira con desafecto displicente de remilgado en cátedra, de sabihondo en estrado.
Nunca le he visto siquiera de clergyman; la sotana supongo que la tendrá en el más recóndito baúl de sus recuerdos. Tampoco he visto jamás una foto suya celebrando Misa, ni una grabación de una predicación, de algún sermón. Nada. Entrevistas, muchas, escritas y habladas, en prensa, radio y televisión. Y artículos.
Con ese complejo también característicamente español de acojonarse ante uno que te dicen que ha estudiado en Alemania y lee y se cartea en alemán con nosequiénes de nosedónde, Olegario (que no es corto de genio ni tímido para los saraos de nivel) se ha convertido en el teólogo por antonomasia, gloria de España. Y por eso, imagino, el premio. Pero están premiando un error. Un semi, como acabo de decir.
La cara del Cardenal Ruíni comentando el premio y al premiado ha sido el colofón, el mascarón de imprenta del finis coronat opus. A tal señor tal honor.
Lástima que el nombre de Ratzinger se vea enredado en todo esto, en este premio. Aunque, después de todo, considerándolo, puestos a recapitular...En fin. Y corramos el tupido velo, que es lo más discreto en estos casos.
Un tupido velo, eso es precisamente. Como el que dice San Pablo que cubre las mentes de los judíos que no reconocen a Cristo y su Gloria, eso podría decirse de la obra y el personaje, de Olegario y su premio: Un velo que tapa, que cubre, que impide, que no deja ver ni entender. Por mí como si se quiere poner dos, dos velos, uno encima del otro.
Lo que me parece perverso es que se vayan colocando velos por ahí, empañando la fe de la gente.
Y lo que me parece estúpido es dejar que te pongan el velo. El Velo de Olegario, quiero decir.
No obstante el premio.
+T.