jueves, 21 de julio de 2011
El Bolero
A mediados de Julio, por la Virgen del Carmen, llegaba el bolero. El bolero llegaba con la calor, como los higos chumbos, y se quedaba en el pueblo hasta San Miguel. Era un viejo alto, con traje de mil rayas color canela, gafas de sol negras de pasta y un sombrero cordobés. Iba a tomar café por las mañanas a La Peña, y a eso de las 11 salía tocando los palillos por la Calle Real, se plantaba en la puerta del estanco, frente a la barbería, al lado de la puerta del obrador de la confitería, y daba un pequeño recital de castañuelas: Riá-riá-pitá, riá-rrriá-pitá, riá-rrriá-carrriá-pitá.
La gente se paraba, salía Paco el barbero, se asomaban a la puerta las costureras del taller de Anita, y Pepe el confitero le convidaba a un pionono. Consumido el pastelito, el bolero se ponía en figura, estático, con la cabeza levantada, mirando sin mirar, de perfil, con una pierna levantada sobre el pie en puntillas, con los brazos levantados, muy efectista. Se quedaba quieto un minuto y se arrancaba bailando una sevillana al ritmo de los palillos que castañeteaban rápidos, como si un grillo y una chicharra se hubieran escondido en los puños almidonados del bolero.
El bolero era de Sevilla, de la Puerta Real, y se hospedaba en casa de Amparito Donda, en un cuarto que daba al callejón del reloj que le reservaban todo el verano, con su cama alta, su cómoda, un ropero con luna y un palanganero. Desde la callejuela se veía el cuarto, muy limpio, con las losetas del suelo enceradas. Amparito, que era viuda, con dos hijas solteras y un hijo tonto de paga, recibía al bolero como si fuera un pariente, porque llevaba yendo al pueblo desde antes de la guerra.
La edad del bolero no se sabía. Ms tías lo ubicaban según esa fecha de datación indefinida, pero precisa, como 'de antes del Movimiento', que aproximadamente quería decir que ya era mozo casadero cuando la Dictadura de Primo de Rivera. Pero no se casó, y pasada la guerra seguía sin tomar estado ni pensamiento de mudanza, con esa estampa ligera del sesentón con diente de oro, pulido y bien conservado, que ya no está para casorio. Ni lo estuvo nunca, dadas sus circunstancias. De las circunstancias no se hablaba pero, tratándose de un bolero, ya se sabe.
El bolero se ganaba el pan con el sudor de su baile, porque su oficio era enseñar a bailar sevillanas a las niñas en edad de lucimiento, a las pavas zangolotinas y a las mocetonas en peligro de soltería. Se contrataba su servicio por un par de semanas, o un mes, un duro por clase y cada clase una hora. Algunas repetían, otras refrescaban o ampliaban los pasos cada año. Había casas en las que el bolero enseñó a la madre, luego a las hijas y hasta llegó a dar clases de baile a las nietas.
Primero eran las sevillanas, que tienen su dificultad. Enseñaba a bailar con palillos (castañuelas), que era lo suyo. A las alumnas aventajadas les enseñaba, luego de las cuatro populares de rigor, las otras cuatro boleras, de academia.
Mi titi Asun se bailaba del tirón las ocho, aunque decía mi tata Antonia que las boleras se las inventaba, dando saltos y brincando en puntas cuando le parecía. Pero era un espectáculo ver a la titi Asun bailar las boleras, una mujerona como un púlpito danzando que daba impresión, con un par de castañuelas de granadillo adornadas con madroños blancos y granas. Todos los años, para la fiesta benéfica de las Margaritas, la titi Asun salía al escenario del Corral del Convento y bailaba sus sevillanas boleras. Un año perdió bailando un tacón que salió volando y le dió en la cara al comandante de puesto de la Guardia Civil, que estaba en primera fila, un taconazo memorable, contaban en mi casa.
El bolero dejó de venir al pueblo el año que yo empecé el bachillerato en el instituto. Amparito, su casera, refirió que Serafín (así se llamaba el bolero) cogió una mala reúma después de Reyes y se quedó todo el invierno postrado que no podía dar un paso, ni salir a la calle.
Gracias a Dios no perdió el pulso para los palillos, y siguió tocando sus castañuelas y dando clases en el bajo de la pensión donde vivía, en la Puerta Real. Las niñas iban a las clases y Serafín el bolero les enseñaba el baile. Las sevillanas era lo más corriente, pero también iban a aprender a bailar fandangos, rondeñas y algunos pasos flamencos. Dicen que en sus buenos tiempos, bailaba Serafín el tango con la maestría de un bailarín de escenario, pero que desde el año 37 (1937) ya no volvió más a bailarlo, por el luto que se echó por un primo que cayó en la guerra (su primo que era el que bailaba el tango con él).
Mis hermanas aprendieron a bailar las sevillanas en segunda instancia, por las niñas de Consuelo Ballón, que las enseñó Serafín el bolero y luego ellas dos enseñaron a mis hermanas. A mis tías no les gustaba el bolero, porque decían mis tías que picardeaba a las niñas y les enseñaba otras cositas además del baile. Y aunque mis hermanas tenían entonces seis o siete años, nunca las dejaron ir a casa de las Ballón cuando estaba el bolero.
Fue entonces, aquel verano, por la entrada de Agosto, cuando se escapó una vaca brava que llevaban al matadero. En el momento en que el bolero se paraba en la calle Real tocando el riá-pitá, la vaquilla apareció por la esquina de la botica y tiró la calle arriba, enganchando por la chaqueta al bolero, que terminó bocabajo encima del carrillo de la nieve que pasaba justo aquel instante. La vaca siguió hasta la esquina de la plaza y cuando vió que los del matadero le cerraban el paso, se volvió calle abajo y por poco se lleva otra vez por delante al bolero, que se emboscó como pudo detrás del carro de la nieve.
Mi abuelo contaba después que la vaca estuvo a punto de dejar malparado al bolero, porque iba desmandada y corneaba al bulto, a todo lo que se le pusiera por delante, con mucho peligro. Menos mal que todo se quedó en el susto.
Pero mis tías, desde el balcón bajo, disfrutaron de uno de los mejores ratos de la temporada, chillando de los nervios y muertas de la risa con la vaca y el bolero. Desde aquella mañana le cogieron más simpatía al hombre, y lo saludaban cuando pasaba:
- Vaya usted con Dios, Serafín.
+T.
Ya sabe, don Terzio, que disfruto de todos sus cuadros.
ResponderEliminarPreciosa semblanza costumbrista. Hacía mucho tiempo que no oía utilizar "bolero" como persona que se dedica a la enseñanza del baíle. En mi casa, por los años sesenta del pasado siglo iba un bolero a enseñar a mi hermano y a mi hermana. A uno ya le cogió muy mayor o con un sentido del ridículo muy desarrollado.
ResponderEliminarGracias por la de años que me he quitado de encima mientras lo leía.
Magnífico cuadro costumbrista. He disfrutado de lo lindo leyéndolo. Creía que ya nadie escribía así.
ResponderEliminarFelicidades, y gracias por compartirlo.
Con esta entrada me surge decir lo que el chiste aquel:
ResponderEliminar-Maestro, si te seguimos, es por lo bien que te explicas...
...pero de verdad. Da gusto leerle así, tan galdosiano o "aparecío"
P. Albrit.
Este artículo es una muy preciada joya. Lo leí anoche, recién publicado, y he pasado todo el día recordándolo con gusto y relamiéndome. Magistral.
ResponderEliminarEstos artículos suyos de corte costumbrista merecen desde luego ser publicados en una soberbia antología.
Llevo mucho tiempo leyéndole en la sombra.
ResponderEliminarEstoy veces si, veces también (alguna no) bastante de acuerdo con lo que escribe, y me entretiene y enseña mas de lo que nunca creí al empezar a seguirlo. Pero hoy, no puedo seguir muda. Esta escena merecería estar en los libros de los chavales (bueno, mejor no, seria echar perlas a los cerdos)como ejemplo de prosa "cuasi poética" de un costumbrismo natural, sin marcar las tintas. Regalado desde la memoria. Genial.
Lo único malo es que....este aplauso espontaneo no me lo ha arrancado hablando en su terreno, sino desde el corazón. Seguro que es culpa mía por falta de conocimiento de lo divino y sus aledños, pero de corazón si entiendo, así que,aplaudo.