viernes, 10 de septiembre de 2010
Un abandono escandaloso
La noticia con su escándalo ha corrido como pólvora en pocas horas por Sevilla entera. Primero en los mentideros clericales y después por todos sitios, porque el personaje es archi-conocido, de esos que ellos mismos se han dado a conocer, muy interesados en hacerse un sitio (un buen sitio) en la opinión pública, en primera fila, en palco.
Ha sido un privilegiado, Vicario Episcopal, párroco de una de las mejores parroquias de Sevilla capital, responsable de congresos super-publicitados, director de instituciones de primer rango diocesano, canónigo de la Santa y Metropolitana Iglesia Catedral, con todas las prebendas y buenas prendas anejas a todos esos cargos. Setenta y tantos años de edad y cuarenta y tantos de cura.
El bombazo es tal por el calibre del personaje, de mucho peso: ¡Se va! Quiero decir que se va y acompañado, por la puerta grande del escándalo clericalón. Abandona la clerecía, cuelga la sotana morada de canónigo (la negra común, la de cura corriente, me parece que nunca la usó) y deja la pingüe parroquia y el sitial del coro y todos los demás honores...porque le ha vencido el mundo, el demonio y la carne (no sé, no puedo precisar, si en esta o en otra secuencia de orden y/o afectación).
Se cuenta que ha sido "tentado" oficiosamente con algunas alternativas/salidas airosas, para mantenerle en un interim menos escandaloso. Pero él ha dicho que no, que ahora, que ya.
Yo me temo que es un infeliz, desde él sabrá cuando, porque estas cosas no son anécdotas de un día para otro sino que se gestan durante años, largo tiempo, hasta que explotan. Han jugado, él y otros, a modernistizar, apuntándose a todas las vanguardias, apostando (les fascina este concepto) a la revolución eclesial, inventando y organizando gestos desafiantes. Paso a paso, se estaban vaciando de fe y vaciaban la fe de todo lo que pasaba por sus manos. Seguramente, como todo sacerdote, habrá hecho mucho bien, no lo dudo. Pero ahora se computarán los daños causados y será durante algún tiempo un peligroso. Que el Señor nos libre de lo que todavía puedan hacer, decir y/o tramar.
Causa escalofríos considerar en manos de quiénes hemos estado. Porque han sido personajes así los que han gobernado nuestra Diócesis. Incluso el plan pastoral vigente ha sido trazado y elaborado por ese equipo que ha dirigido todo durante los últimos veintitantos, casi treinta años. Y todavía conservan puestos e influencias notables, muy importantes. Todavía.
No sé si este roto estrepitoso será la primera escandalosa defección de otras que pudieran seguir, siendo las circunstancias tan semejantes para otros personajes de su entorno. De todas maneras, el escándalo ya está en la calle, rodando.
A los afectados habrá que reanimarles. Porque estas heridas dejan heridas. Un sacerdote toca muchas cosas, sagradas y profanas, altas y bajas, del espíritu y de las conciencias, de las personas y de sus circunstancias. Y cuando se infecta un ministro sagrado, deja su pus infectante en cada alma que ha tratado.
Por eso toca rezar, hay que orar. Hay que pedir al Señor que repare y restañe con gracia la desgracia, para que sane y limpie el rastro infeliz que este caso, como todos los demás de esta clase, va a dejar. Que perdone y mande arrepentimiento al protagonista. Que los fieles olviden al hombre caído y se agarren sólo a la Cruz que, aun en estos desgracidos misterios del pecado (el pecado es también misterio, ¡que no se olvide!), resplandece como única señal de salvación. Siempre brilla la Cruz; si hay más oscuridad, más brillante luce.
Y que el Señor nos guarde y nos conceda sacerdotes buenos, fieles, perseverantes, resistentes al mal y a la tentación. Y santos, con la gracia de Dios.
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