domingo, 20 de junio de 2010

Munilla en el ruedo


Hace algún tiempo, cuando el nombramiento, comenté algo sobre Munilla. Decía, en sustancia y entre otras impresiones, que Munilla no era el prelado idóneo para ese encargo pastoral, tan delicado. A los pocos meses del aterrizaje en San Sebastián (alias Donosti) todavía me parece poco prudente sentenciar el caso. Yo le daría un quinquenio como plazo razonable para una evaluación con cierta consistencia. Unos meses es casi nada. Pero, también es cierto, que un trimestre es suficiente para detectar estilo, formas, tendencias.

Los toros amagan en los chiqueros y, desde que salen a la plaza, se desvelan apenas se les ve salir por el portón de toriles. Los buenos aficionados saben mucho de todo eso. El blogger F.J. Cigoña, definía ayer en un artículo - no sé si consciente o subconscientemente - a Munilla (supongo) con unas pinceladas bastante plásticas, muy toreras; decía que era:

"...un novillero con escasa experiencia con apenas la muleta y un estoque de madera..."
(pueden leer el artículo completo aquí)

De entrada me extrañó la comparación, no me la esperaba. Pero yo diría que acierta. Que es eso, más o menos. Tal cual, o muy aproximado.

Hay chavales arrojados que con poca experiencia, apenas unas capeas de pueblo y un par de tentaderos, se echan al ruedo con toda la temeridad de sus pocos años, una mezcla de ilusiones, sueños, ambiciones y todo eso que conforma el mundillo vocacional de los maletillas que se hacen espontáneos, que llegan a novilleros en plazas de pueblo, y un día se preparan para la alternativa en una plaza de 3ª. Luego se tienen que probar ellos mismos y dejarse probar por el respetable, temible respetable, tanto como los toros e incluso más fieros, según.

Suele pasar que por una cosilla que se dijo, que recogió la prensa, que se divulgó por corrinches y mentideros de peñas de aficionados, un torero en ciernes pierde el favor de la afición de una plaza a priori, y cuando llega el día del debut las gradas le esperan con el pollice verso desde que hace el paseíllo. Si quiere merecer, tiene que echarle valor a la cosa para compensar la mala impresión previa, por adelantado. La captatio benevolentiae de los toreros es asunto de bemoles, de ganas, de gestos con asomo de maestría. Y si no, pitos, bronca, bochorno y almohadillas volando desde los tendidos y alfombrando el ruedo que el torerillo no honró para desquitarse con la afición. Una escena de tarde de toros, con el público manteniendo una extraña división de opiniones, porque los adeptos no son donostiarras y los donostiarras son son adeptos (al diestro).

Dejando la plaza y el terreno tauromáquico, volviendo a lo que dije al principio, el episodio entre Munilla y Arregui es bastante "descriptivo", o "sintomático"; que sirve para hacerse una buena composición de lugar, quiero decir. Por lo pronto, yo diría que se trata de una escena entre vascos, más típica que un cuadro de El Caserío de Guridi, como el duo-zorzico de Chomín de Amorebieta y Chiquito de Arigorri. A eso me suena a mí.

De todas formas, opino que con explicaciones es peor. Esa nota del Obispado complica más el asunto, porque lo realza. En vez de dejarlo en anécdota de periódico, lo eleva a caso de curia. Además dice cosas extrañas, por lo menos a mi me suenan raras. Por ejemplo que diga que el enredo se dirime en el "fuero interno de la Iglesia", equívoca expresión porque "fuero interno", cuando se dice, se refiere antes que nada a la conciencia. Aun entendiendo que se quiera aludir a las interioridades pastorales, tampoco me parece feliz la expresión porque parece suponer una especie de "tribunal secreto", que tampoco pega porque si las culpas son públicas, el juicio debe serlo también. Y la sentencia.

Es lo que pasa cuando se quieren aplicar medios radicales con radicalizados, que responden y se defienden sin parar en mitras, precisamente porque no se creen en báculos. Si se pretendía dar un baculazo, habría que haber medido el golpe, sus circunstancias, afectados e implicados, y preveer consecuencias y reacciones.

Además no entiendo que la tela se rompa, finalmente, por ese roto, habiendo otros mayores, de dimensión mayor y más urgentes de remendar. No entiendo por qué hacer crisis con un regular y no con un secular. No lo comprendo. ¿Pensaba que iba a ser más fácil, más dócil? ¿No sabía el prelado cómo están las obediencias conventuales? ¿Acaso ignora que el diálogo ha barrido el clásico perínde ac cadáver? ¿Tampoco sabe historia, no conoce siquiera anécdotas de la tensión tan particular entre obispos y superiores, clero secular y regular?

Y - de verdad que es asombroso - ¿supuso que nada iba a trascender, que no se sabría fuera del "foro interno" que cita???

Bien. Todas estas y alguna más son mis perplejidades referentes al suceso. Ahora, para que conste, digo y protesto que:

Arregui es un baldón, pero no es el mayor. Deberían haberle acallado sus superiores, more franciscano, sin tener que esperar el chaparrón. Claro que dudo que su superioridad, la de la Esclarecida Orden Seráfica de aquellos montaraces pagos, sean de otra ley o tengan otro perfil más católico que el del insolente fray disidente.

Declaro que estoy con Munilla y me constan sus bondades, que las tiene. Pero el ordeno y mando con baculazo no le pega, no se corresponde con la "eclesiología-guay" y la "pastoral-chócala, tío" que practica. A ver si nos aclaramos y nos ponemos serios, de verdad. Y para todo. El otro dia, por ejemplo, salía una de sus cartas-homilías con un título muy poco acorde con un obispo que arrea baculazos; el título del artículo era "El gol de Pablo" (omito explicar de qué Pablo se trata, que bastante propaganda peliculera tienen ya montada los amiguetes de Pablo).


Excursus:

Cuando tenia 14 años, por estas fechas, me partí el brazo en una caída patosa, el cúbito y el radio, por la mitad. Mi padre me entablilló de urgencia en casa, con unas vendas del dispensario de mi abuelo que mi madre guardaba en una especie de alacena-botiquín. Me llevaron a la clínica de un famoso traumatólogo, colega de mi abuelo, pero no estaba en el hospital porque era Domingo, y me atendió su hijo, muy buen médico también. Radiografías, escayolas, etc. Al día siguiente, ya en casa, llama el médico viejo, el del tiempo de mi abuelo, y le dice a mi padre: - Ricardo, tráeme al niño. No, no pasa nada, pero quiero verlo esta tarde, a eso de las 5.

Cuando llegamos a la clínica nos recibió en el despacho y le dice a mi padre: - Es que la fractura me preocupa, y habrá que recomponerla. Ayer mi hijo me llevó a casa las radiografías, diciendo que no había quedado satisfecho. Quiere que le operemos, porque los huesos no encajaron bien y pueden presentarse complicaciones. Mira, si yo fuera médico joven, como mi hijo (su hijo "joven" tendría 50 años y él, Don Pedro, andaría por los ochenta y tantos, muy bien llevados) le metía hora mismo en quirófano, pero como yo me hice médico al lado de tu padre, verás cómo le apaño el brazo la mar de bien, sin quirófano.

Me llevaron a una sala de curas, me apoyaron el codo del brazo escayolado en el borde de una mesa, sujetándome mi padre por la mano y una enfermera como un gorila con cofia por el codo. Y Don Perico, con un serrucho, empezó a serrucharme la escayola del brazo, por la mitad, rrriss-rrrasss-rrriiisss-rrraaaassss. Me miró con cara de perro pachón y me dijo: - "Tú, cuando sientas que te llega a la carne grita, jojojojojo!!!" (y le guiñó un ojo a mi padre (y mi padre me miró a mí (y yo me miraba el brazo))). Cuando llegó a cierto punto perfectamente calculado, con un movimiento rápido, quebró el yeso, yo dí un grito, y él tomó un pedazo de algodón en rama y lo introdujo en la abertura de la escayola, y otro trozo, y otro más, y otro, hasta que se formó un promontorio de algodón que recubrió con una venda de escayola nueva. El brazo quedó monstruoso, un típico brazo escayolado, con el codo doblado, pero con una especie de joroba en mitad del antebrazo, imponente.

Don Perico me explicó: - "Mira, sin necesidad de operarte, la presión del algodón va a ir corrigiendo el mal encaje de los huesos, que se irán poniendo en su sitio y soldando la mar de bien. Esto me lo enseñó tu abuelo, que sabia mucho de cirugía de campaña, que aprendió de tu bisabuelo, que fue médico militar cuando las Guerras Carlistas, y allí conoció a tu bisabuela Elvira, que era la hija del boticario de Salvatierra...". Y yo encantado con la historieta de Don Perico, que me arregló el brazo sin meterme en el quirófano.

Estuve cuarenta días (y cuarenta noches) con la escayola aquella, y hasta hice los exámenes finales y la reválida de bachiller con el yeso y el brazo derecho en cabestrillo, escribiendo como podía, con una letra garrapatosa. Cuando me quitaron el monstruoso artefacto, el brazo estaba estupendamente, como nuevo.

Perdón por la historieta, si me he puesto pesado. Pero es que se me ha ocurrido que venía bien, como ilustración. Espero que sepan sacar ustedes mismos la moraleja.

p.s. Si le sirviera a Don Munilla, se la brindo. Gratis. Con mucho gusto. De nada. Para eso estamos. Y tal.

p.p.s. Sí, sí, sí. Por supuesto que es muy fácil dar consejitos sentenciosos desde el tendido o el callejón, detras del burladero. Lo sé. Pero ese toro lo ha escogido él, y él ha querido torear en esa plaza. Con muy determinada determinación, que decía la Santa. No digo más.


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