Ayer tarde la recé en las Vísperas del Miércoles de la IIª Semana de Cuaresma (Divinum Officium tradicional); y esta mañana, Jueves, como colecta en la Misa (Misal de Pablo VI), y en el Breviario. Es una de las oraciones que más me conmueven:
Oremus
Deus innocentiae restitutor et amator, dirige ad Te tuorum corda servorum: ut Spiritus tui fervore concepto, et in fide inveniantur stabiles, et in opere efficaces. Per Dominum...Amen.
En el Misal de Pablo VI y el Breviario nuevo ha quedado tal cual. En el Misal en español y el Breviario castellano aparece así:
Señor, Tú que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia Tí nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu Espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar. Por Ntrº Sr. Xtº...Amen.
Una de las "gracias" del oracional-eucologio romano es su concisión conceptual, con una extraordinaria capacidad sintética para decir mucho con una medida economía verbal, sin excesos ni redundancia, justamente expresivo. Por ejemplo, en esta oración cuaresmal, desde el princio, se está diciendo casi todo: "Deus innocentiae restitutor et amator..." es una proclamación-afirmación-invocación que incluye la fe en Dios Creador, Dios Redentor, Dios Remunerador; sigue después con una petición de la acción del Espíritu Santo que es una intensa definición de la vida de la gracia, y se concluye con un reconocimiento de sus efectos en la fe y las obras, ad intra y ad extra. En pocas palabras se ha expuesto la Fe Católica y se enseña al que ora, a la vez que pide. Un precioso ejemplo del principio lex orandi-lex credendi.
A mí, personalmente, me "afecta" la primera parte, tan "positiva", tan emocionante para el pecador: Dios que amas la inocencia y la restituyes...En este punto, cuando la medito, me envuelvo en un contrapunto de variaciones sobre el mismo tema: Restituye porque ama; ama porque restituye; ama la inocencia y por eso la restituye; restituye porque es inocente; la inocencia restituída es el efecto del amor de Dios; sólo el amor de Dios restituye la inocencia; y es Dios porque ama restituyendo. Sólo Dios puede eso, porque es fuente de pureza y de misericordia santificante.
Y de golpe se me viene a la mente la escena evangélica de la pecadora que llora sobre los pies del Señor y los besa y derrama sobre ellos el frasco de precioso ungüento y los cubre con su melena, ante el estupor de los comensales y la complacencia de Cristo (Lc 7,36-50).
Esta oración que comento condensa como un frasco precioso el llanto de María Magdalena y las otras mujeres que aparecen en los Evangelios honrando a Cristo, derramando perfumes y lágrimas, reconstituidas en su dignidad, antes irreconocible, porque han sido renovadas inocentes, en la inocencia que perdieron y que Cristo les recrea con amor misericordioso, reintegrándoles la pureza del alma con la gracia perdida.
Al final me pregunto qué es mejor, qué más rico, si la inocencia intacta, si la conservada, o la inocencia restituída por el Amor de Dios. Porque en el Evangelio el Señor dice que la que le llora y le besa y le unge los pies, ama más porque se le ha perdonado más, como una especie de la gozosa exclamación de la felix culpa.
¿No es más rica, más sabrosa, más intensa la inocencia devuelta por Ese que ama y restituye?
No; hay que distinguir y matizar. Es otra cosa, se trata de un efecto fruto de la gracia que eleva, capaz de restaurar la inocencia perdida, de reconstituirla y restituirla porque Quien ama es la Fuente de la inocencia y del Amor que hace inocentes capaces de amar con charitas: El Amor es es el Espíritu, qui ex Patre Filioque procedit.
Una inocencia nunca perdida (piénsese en el caso especial y único de la Virgen Madre, concebida en gracia y mantenida en la inocencia bienaventurada) es un monumento de la fidelidad de Dios - veritas Domini manet in aeternum -. Por eso la conciencia de María Santísima, especialmente iluminada, en el Magníficat, canta la magna obra de Dios en ella misma. La pureza-virginidad-inocencia es una obra del Dios Redentor, especialmente eficaz en la Madre de Cristo, Hijo de Dios hecho hombre nacido de María. Y esta inocencia es originalmente fuerte, y más fuerte en cuanto permanece, perdura, no se pierde. La virtud crece y se robustece con su práctica.
La restitución de la inocencia, por su parte, es otro efecto de la obra salvífica de Cristo; quizá podría decirse que, en el sentido de esta oración, un resumen hermosamente conceptuado de la acción de Cristo sobre nuestras almas. La recuperación reconstituída de lo perdido, roto, olvidado o manchado, es posible y se realiza por y en Cristo.
Más adelante, en Tiempo pascual, reaparece en otra oración el mismo enunciado "Deus innocentiae restitutor et amator...", el Miércoles de la Vª Semana de Pascua:
Oremus
Deus innocentiae restitutor et amator, diríge ad Te tuorum corda famulorum, ut, quos de incredulitatis ténebris liberasti, numquam a tuae veritatis luce discedant. Per Dominum...Amen.
Dios amador y restaurador de la inocencia, dirige hacia Tí el corazón de tus siervos, para que quienes libraste de las tinieblas del error, no se aparten nunca de la luz de tu verdad. Por ntrº Sr. Xtº...Amen.
Tan bella y reconfortante como la cuaresmal, esta plegaria pascual retoma el concepto y lo complementa con otro enunciado que incluye la posibilidad de apartarse de la luz y retornar a la tiniebla, dejar la fe y volver al pecado.
Si lo primero que Dios crea es la luz, pasar a la tiniebla es una regresión al caos, a un absurdo estadio de pre-creación/pre-gracia. El pecado también incluye esa enormidad, tan posible que incluso es uno de los temas recurrentes del Evangelio de San Juan:
"...vita erat et vita erat lux hominum et lux in tenebris lucet et tenebrae eam non comprehenderunt...erat lux vera quae illuminat omnem hominem venientem in mundum in mundo erat et mundus per ipsum factus est et mundus eum non cognovit in propria venit et sui eum non receperunt..."
"...en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres,
y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron...La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron..."
Jn 1, 5 ss.
La espiritualidad (y la teología) que encierra el profundo lex orandi-lex credendi tiene esa facultad de conectar con el Evangelio, la Escritura, la Revelación, sin solución de continuidad. Se empieza con una oración y se va desembocando en una afirmación teológica, un dogma, una doctrina, para terminar en las mismas palabras del Señor, en una escena del Evangelio, en un Misterio de Cristo, en una enseñanza de los Apóstoles o el Magisterio de la Iglesia.
Este es el método. Y sus frutos son santos, objetiva y subjetivamente: En sí mismos y para quienes los reciben.
+T.