La envidia - que es pecado capital, cabeza de otros muchos - se disfraza de tantas cosas como tantas son las realidades envidiadas. La envidia - que es "tristitia boni alieni"; tristeza de/por/a causa del bien ajeno - llega algunas veces en algunos casos al paroxismo de destruir el bien deseado y no gozado. En las páginas de sucesos aparece con relativa frecuencia y universalidad la escena de la fea que arroja ácido u otro corrosivo al rostro de la bella; o quema, o corta, o hiere de la forma que sea. También se repite que el agresor sea el amante no amado, despechado y violento por no ser querido, por ser despreciado, ignorado, y no poder poseer a su pretendida y deseada. Una tragedia con una víctima y un criminal, relativamente perturbado, pero siempre culpable en cuanto consciente del mal que hace, queriendo y odiando.
La patología, aunque corriente, tiene dificil excusa. Cuando reinaba el sentido común, en otros siglos, nadie se llamaba a engaño y rara vez se pasaban por alto las aberraciones contra la estética. Una cosa era poner cara de monstruo y cuerpo deforme a una gárgola que servía para escupir agua desde un saliente del tejado, y otra muy distinta imaginar la belleza corporal figurada de un arcángel destinado a exornar el retablo de un altar; pero, aun así, un dragón se hacía hermoso en tanto que dragón, y en su sentido propio. Y se distinguía, y se sabía. Alguna vez se permitía la broma, el juego divertido y equívoco, pero en proporciones y circunstancias aceptadas comunmente, sin falsear por malicia o incompetencia. Y siempre con la maestría del autor patente, incluso alardeando de saber hacer arte con lo feo, deforme o grotesco.
Pero este no es el caso, en el "arte" contemporáneo, me refiero. Desde el desprecio de las formas, un degenerado estado de fastidio hiper-saturado encontró la excusa de la novedad por la novedad para inventar una anti-estética que se impuso por la dictadura de las vanguardias sobre un acomplejado snobismo burgués, siempre insatisfecho y a la búsqueda de últimas experiencias. Estragados en el gusto y auto-alucinados en su hermético subjetivismo, tocaron la fláuta de Hamelín y se llevaron detrás un público acrítico, víctima de una obsesión inducida, bajo la fascinación de un engaño y la recurrente atracción de nada. Empachados, ahítos, de placer en placer, por probar límites, un día comieron estiércol hediondo y dijeron que lo podrido era de buen gusto, e impusieron el corrompido gusto, y muchos gustaron y dijeron sí, y compraron con oro estiércol para ver, oler y saborear. Y ya no hubo vuelta atrás, porque el precio pagado hacía irreversible el paso.
Todo esto es por la "exposición" - Le Louvre, une autre fois - de monigotes del monigotero (una de las más envilecidas personalidades del mundo moderno) Picasso, desgracia nacida en Andalucía, allí donde vivieron y reinaron e hicieron escuela los Grandes a los que nunca alcanzó (y el lo sabía). La petulancia del envidioso se agrava en furia interna si entiende y encuentra motivo de inspiración, con el tormento de aspirar y no poder y no llegar; siempre queriendo, nunca alcanzando. Y la carcoma de la entraña se vomita en falso arte, que disimula la impotencia con la provocación absurda. Eso fue y eso hacía.
Para que entiendan los que sepan y se empecinen los afectados, en Le Louvre han colocado la obra del arte al lado del adefesio del energúmeno. Con el pecado explícito de que se pretende magnificar al fantoche a costa de empequeñecer al artista. No se busca la admiración de Velázquez, sino el aplauso para Picasso; ni para Velázquez ni para el Greco ni para Goya, a los que perversa y equívocamente se ha sumado la monstruosidad engañosa del aborrecible que vivió y avarició fortuna apostatando de España y enchiquerándose francés.
Basura al fin. Perfil de un mundo que ha hecho de gentuza de esa repugnante laya sus gurús culturales. Y digo para las otras artes degeneradas lo mismo (precisamente están radiando en nuestra penosa Radio Clásica unas patochadas de L.Berio y de G.Ligeti. Vaya lo uno por lo otro, tales para cuales).
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