martes, 7 de octubre de 2008

Lepanto en la memoria

Recordar Lepanto es hacer semblanza nostálgica de la España que fue, porque aquello fue una hazaña española. Cuando se está en la cúspide de la Historia (o de la Rueda de la Fortuna, que también se puede decir) se ve mejor, más lejos y con mejores perspectivas, y España veía y entendía bien. Entonces.

La política respecto a los Paises Bajos, aunque con repercusiones y efectos para la Iglesia, era más empresa y empeño de la Corona y la Casa de Austria; lo mismo respecto al Imperio, se podría decir. Las cosas con Francia, son más "españolas", lo mismo que los asuntos de Portugal; lo que había y habría de haber con Inglaterra también se distingue de lo demás. Aunque todo tenía que ver con todo, finalmente y recapitulando, porque España entonces con todo tenía que ver: El mundo se ceñía desde el Oriente al Occidente con banda española, con un Plus Ultra no solo lema, sino realidad.

El corazón sentimental del mundo de la cenital España ya no era el medieval de cinco siglos antes. Con la pérdida irreversible de la identidad de "Cristiandad" tras la crisis protestante, Europa seguía limitada por un Mediterráneo islámico, sin el resorte de la fe para poder activar una respuesta adecuada a la expansión de la media luna. A la vez que se perfilaban identidades nacionales, se iba pedido la capacidad de respuesta común al enemigo de todos.

La Edad Media que se cierra con la caída de Bizancio, deja abierta la puerta de la Era Moderna a un Imperio Otomano que se planta en Europa y hace fronteras con el Imperio por el Este y con todas los reinos ribereños del Mediterráneo, desde Venecia a España, por tierra y por mar. El único freno efectivo al avance del islam por el oriente son los principados de Kiev y luego Moscú, en lucha con clanes de tártaros y cosacos; coincidiendo con el fatídico declive bizantino, se iba consolidando lo que sería al poco la gran Rusia de los Zares. Por Occidente, luego del fracaso estrepitoso de las Cruzadas, la única actividad contra el islam invasor se mantuvo gracias a los Reinos Españoles, León-Castilla, Aragón y Portugal; y desde mediado el siglo XIII, la Reconquista había quedado en manos de Castilla.

La acción hispana había sido hasta tal punto eficaz que los musulmanes invasores habían sido obligados a replegarse al norte de África, y en vísperas del Descubrimiento de América, Castilla tenía ya plazas aseguradas en enclaves estratégicos de la costa africana, como avanzadas de lo que podría haber sido una penetración-reconquista efectiva del Occidente Cristiano en la antigua Provincia Romana de África. Pero América impuso otro rumbo.

Por eso, por la incesante beligerancia de los Reinos de España contra la amenaza islámica, la España de Felipe IIº era mucho más sensible al peligro que aun representaba un Mediterráneo infectado de piratas berberiscos, obedientes al Sultán que desde la desafortunada Constantinopla (renombrada - ay!- Estambul) daba rostro a una re-actualizada agresividad de la media luna.
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La irresponsabilidad de Francia había llegado al colmo de entenderse con la Sublime Puerta, con tal de mantener, al precio que fuera, su oposición a España. Alemania era un totum revolutum de principados, ya católicos, ya protestantes, en tensión intestina que hará de aquellos restos del Imperio algo desorganizado hasta la potente emersión de Prusia, dos siglos más tarde.Venecia estaba desacreditada por sus mismos hechos e intereses, quizá la menos fiable, por su versatilidad, de entre todas las repúblicas y ducados italianos para emprender nada que supusiera pacto o alianza entre estados. Por su parte la Santa Sede apenas subsistía como soberanía, a costa de las hipotecas que el nepotismo de los Pontífices había cargado sobre el Patrimonium Petri. A pesar de todo, los Papas habían sido los únicos que habían sido constantes en reclamar la unión de los Príncipes Cristianos contra la amenaza del Imperio Turco. Pero con una Cristiandad desintegrada, apenas podría esperarse que el Papado fuera la instancia que fraguara la necesaria y urgente alianza contra el turco.


Finalmente, España fue la clave, Pío V el gestor, y el común catolicismo el crisol de aquella ocasional "aleación", con Génova, Venecia y los Estados Papales unidos con España, cabeza de la Liga Santa, con la garantía imprescindible de su capacidad y potencia. Una potencia definidamente católica, que dejaba los imponderables posibles en manos de la Providencia.

La victoria marcó un antes y un después en y para el Mediterráneo. No es descabellado entenderla como una coda a cuatro siglos de las Cruzadas. Insuficientemente aprovechada por los vencedores, tendría que ser Inglaterra en el XIX quien desde su instalación en Malta rentabilizara la ventaja que España ganó para todo el Occidente. No es exagerar entender parte de la actual geo-estrategia de las potencias occidentales dependiente todavía de nuestra victoria del 7 de Octubre de 1571 en Lepanto.

Significativamente, lo que en España se olvida deliberadamente, está fresco y es herida sin restañar para el islam vencido. ¿No serían estas memorias históricas las dignas de exhumarse y activarse?
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