Esta tarde-sobremesa han puesto una peli bastante aceptable sobre los últimos años de Knut Hamsun. La encontré por casualidad, ya empezada, sin saber que la estaban emitiendo (ni siquiera recuerdo la cadena de tv en que la estaban echando), y la tuve que dejar sin terminar de verla.
El actor que hacía de Hamsun era Max von Sidow, con lo que la interpretación garantizaba su excelencia. Tan avejentado, su tipo nórdico encarnaba perfectamente la sólida decrepitud del anciano escritor.
Las escenas del encuentro- entrevista con Hitler en Berchtesgaden están muy bien figuradas, pero sobre Hansum como personaje eje, sin ningún actor-personaje que resalte con el relieve evidente de los verdaderos protagonistas del episodio.
Una película interesante, que desconocía, y que me hubiera gustado ver completa.
Los años últimos de Hansum fueron patéticos. Ni sus paisanos ni sus admiradores le perdonaron su filo-nazismo. Fué uno de esos ancianos con los que se ensañaron implacables los vencedores, como un Petain boreal. De la admiración universal, de los laureles del Nobel, desciende a los más sombríos espacios del desprecio y el olvido, tan grandes como su obra, una de las más notables de todo el XIX-XX literario.
En otro sentido, he leído estos días en prensa la cruda revisión que está sufriendo uno de los mitos del siglo XX, la francesa Simone de Beauvoir. La recordaré siempre en boca de una compañera de universidad, de la Joven Guardia Roja (con carné; hoy socialista también con carné y con una burguesísima condición y estilo de vida al medro de los años caciqueros del psoe andalú del Felipe, el Guerra, el Chaves y la piara). Entonces, cuando universitaria de la JGR, nos mitineaba con la Simone de Beauvoir como musa y patrona. No se me olvida.
Ahora, después de muerta y con motivo de su centenario, la gauche divine reciclada en Bruselas de la Unión, no tiene por dónde cogerla (a la Simone) y no saben qué hacer con la pareja del espantajo del Sartre, nauseanbundo par.
Me parece justo que las cosas vuelvan a su sitio y que los terribles ídolos de la izquierda sufran la descomposición del mito que se les creó y puedan ser vistos en la sumidad de su infimidad personal. No fueron más, pero arrastraron con ellos a buena parte de lo que hubiera podido ser bueno o mejor de no contactar con esa letal compañía, encumbrada a la peligrosa élite en un crítico momento.
Epígonas de la Beauvoir son la mayoría de las mujeres de los cuadros de los partidos de izquierda/centro-izquierda (et celles de centre-droit, je crois même). Y pongo caras y recuerdo nombres y cosas de estas, de ellas y aquellas, desde sus feminismos abortistas hasta sus feminismos anti-familia, o sus simples y radicales feminismos y marxismos y existencialismos y nihilismos. Hoy todo tan burgués y tan encanalladamente falso como el mito idolatrado de la Simone de Beauvoir.
No sé si escribir la moraleja de que la obra de Knut Hamsun ha resistido impecable el patético declinar de los años finales de su autor, y que la obra de la Beauvoir apenas resistirá esta relectura revisionista desde la revisión crítica y sin mixtificaciones-mitificaciones de la gauche, hoy insostenible.
Pero no sé precisar si está vigente (y hasta cuándo) el equívoco espectro de la cultura del marxismo europeo, tan hábil encumbrador de miserabilidades personales, que todavía le mantiene el áura a la quasi totalidad de los personajes de su pasado más o menos reciente. Una auténtica galería de horrores.
Vuelvo al duro Hamsun, y recuerdo los capítulos de La Bendición de la Tierra, tan verdaderos, tan poderosamente literarios, pero que no le valieron a un octogenario el perdón (o el disimulo) de una Europa en la que emergía la gauche divine que no creía en dioses, pero terminaría mitificando a ídolos de barro y de naúsea.
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