martes, 18 de noviembre de 2008

Salir y no volver

El otro día, ví que habían puesto flores y unos velones rojos en la cruz que clavaron en el tronco de una plátano de indias, donde le apuñalaron. Es porque ha sido el aniversario, no recuerdo cuántos años ya, quizá ocho, o nueve, o diez.

Salió de su casa, un Sábado de noche. Antes de que amaneciera el Domingo estaba muerto, y no volvió. Su casa tampoco volvió a ser la misma, la que él dejó cuando salió su última noche. La familia quedó paralizada. Hay dolores para los que nunca se está preparado, que embotan la vida. Las madres, los padres, deliran en su peores pesadillas que el chico que sale a pasar la noche con los amigos no vuelva más porque lo van a matar a cuchilladas. Pero las pesadillas no preparan para la realidad, que se impone tan cruda y fría como un manecer en que el niño que llegaba tarde no volvió nunca más. Otras veces será un coche, un accidente mil veces temido y de pronto cumplido. Siempre es trágico, brutalmente desesperante.

Algunas noches, de madrugada, cuando me traen a casa después de un turno de Adoración, he visto escenas que nunca veo. Una ciudad de noche es un mundo extraño para mí. He visto grupos de chicos con bolsas llenas de botellas, caminando; después me han contado que no van a ningún sitio, que se ponen a beber formando grupo en cualquier esquina, en alguna plazoleta, o en mitad de la calle. También recuerdo haber pasado por delante de discotecas que yo no sabía que eran discotecas. En la puerta habían algunas chicas esperando para entrar; el que me llevaba en el coche me comentó algo de que las chicas no pagan entrada porque así atraen más clientes (chicos) y que hay que ir bien vestido (lo que en esos sitios se considera "bien vestido") para que te dejen entrar. Los porteros (estábamos en un semáforo y comentábamos lo que veíamos) eran unos jóvenes con chaqueta de cuero, no vestían uniforme. El que me llevaba en su coche me explicó que era así, que no vestían de "porteros". Yo le dije que sabía mucho de todo eso, y el me contó que había estado discotequeando muchas veces, ya no; y que no volvería porque el ambiente no era bueno ni él tampoco era ya el que era.

Un taxista me contó, no hace mucho, que algunas chicas se mudan de ropa en los taxis. Salen de su casa con su ropa habitual y en el coche se mudan y se ponen "vestimenta de guerra"; y se pintan, y ya llevan alguna botella para tomar de camino y coger "un puntito" antes de entrar. - "Y si eso hacen aquí en el taxi, imagínese Ud. lo que harán cuando están en la discoteca", me decía el conductor. Pero yo no quería imaginar.

Me causa tristeza ese mundo. Me acuerdo de gente joven a la que conozco y que se han expuesto demasiado, y se han estropeado. No eran malos. Ahoran son buenos que podrían haber sido mejores, y más felices. Viven una tristeza que es la resaca de aquellas noches de fines de semana. Para ellos, la semana iba de Viernes a Viernes; de Lunes a Jueves iban tirando como podían, arrastrando la Universidad y pensando en el fin de semana siguiente. Y así el curso entero.

En su casa no sabían. Ahora las familias no quieren saber, y desconectan. Algunos se excusan y dicen que ellos, los padres, también tienen que vivir, que no sólo se van a divertr los jóvenes. La mayoría, si les preguntas, te responden que eso lo hacen todos, y que no saben evitarlo, ni pueden. Son los que se pasan las noches temiendo que pase algo, que les avisen de que ha pasado algo. Temen que una noche les pase a ellos, porque saben que les puede pasar.

Con lo del chico muerto a golpes en la puerta de una discoteca en Madrid, algunos reclamarán medidas, normativas, leyes. Nadie dirá que la culpa es de los que mantienen estructuras que posibilitan todo eso, empezando por padres y madres que se auto-engañan diciéndose que salir de botellona o andar por discotecas es normal porque todos lo hacen. Sociedad y políticos y demás estercoleros tienen responsabilidades segundas, porque las primeras son domésticas y de patria potestad. Tan duro como verdadero. Tampoco se reconocen ya, ni se enseñan, que son tres: Mundo, Demonio y Carne, los enemigos del alma. Pero tampoco se enseña el alma, ni se sabe que hay alma, y que se tiene, y que se puede perder, y la vida con ella.

Reconozco los ruídos incivilizados que escucho desde el piso en que vivo, una sirena, los camiones de la basura, coches, motos. En los pueblos la noche es silenciosa, aunque se rompa por algo o alguien, pero hay silencio. En las ciudades no, siempre hay un rumor lejano que se escucha la noche entera, toda la madrugada. Amanece y se va enroscando con los sonidos de la mañana, que son otros.
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Algunas mañanas suena en las puertas de algunas casas el aldabonazo de la muerte. Esperaban al chico que tardaba, y sonó la muerte. Y él no volvió más.
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Son cosas que pasan. Pequeñeces, que diría el Padre Coloma. Buenas para imaginarse muchas novelas, entretenidas para leer, pero tragedias que se temen vivir.
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2 comentarios:

  1. Lo más increíble de la irrupción de "brotes de violencia nocturno" es que te ves envuelto sin que haya ninguna razón para que a ti te involucre; y, además, nunca eres capaz de saber "a santo de qué" lo que está ocurriendo.

    Detrás: el alcohol y las drogas, of course.

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  2. Sí, me consta eso que dices.

    Es muy frecuente que las vícitmas lo sean por circunstancias meramente casuales, lo que aumenta la tragedia en cada caso.

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