A pesar de los mapas del tiempo (telediarios del mediodia y los de la noche y los de madrugada), ni una gota el Miércoles (que se bendecían las casetas) ni el Jueves tampoco (que eran las carreras de jóvenes) ni el Viernes (que se coronaba en la Plaza la Reina de las Fiestas con su Corte de Honor) ni el Sábado, que eran las carreras de caballistas y la ofrenda al Simpecado, y por la noche salía el Rosario cantado con el Simpecado en la Carreta de Plata. Ni una gota. Y los mapas anunciando agua y tormenta desde el Miércoles.
Pero amaneció el Domingo, es un decir. Porque a eso de las ocho de la mañana, más que de amanecida, el cielo tenía tono de reverbero, entre amarillento y candilazo, con un rum-rum remoto, sordo, amenazante, que sonaba cada vez más, como rodando, como un eco que no se va sino que crece. La gente le echó valor, y empezaron las tracas. Mi pueblo no es Valencia, pero algún valenciano nos tuvo que dejar la afición porque mi pueblo no sabe vivir ni sentir sin cohetes. Menos en los entierros, para todo lo demás hay un cohete a propósito. Media docenita por cualquier cosa, cualquier dia, es lo más normal. Cuando son fiestas, mi pueblo es La Batalla de Vitoria de Beethoven (como también hay bandas de música y uniformes, la comparación no es impropia, sino todo lo contrario).
Pues a eso de las ocho, con tormenta en gestación y aproximación, comenzaron los cohetes y las tracas. Una hora, hasta las nueve, sin parar. Dicen que es para que la gente se despierte, muy fina la ocurrencia. De hecho es tan efectiva, que a los diez minutos de tracas y cohetes, no hay cuerpo que siga en cama. Y todo tiene su gracia y querencia. Por ejemplo, un despertar con olor a pólvora entrando en el cuarto por debajo de la persiana del balcón, es una delicia que me rejuvenece titantos años. Y un desayuno con chocolate y calentitos, café y brazo gitano, con suave aroma a traca y cohete en el ambiente, es una exquisitez que ni en el Versalles de la Pompadour.
Pero ni la cohetería ni la carga bombardera de la tracas pudieron impedir el amenzante tormentazo: A las nueve y cinco, relámpagos y re-truenos, el cielo más cerrado que un banco en quiebra, y una manta de agua que rebosaba las alcantarillas. Diez minutos duraría.
A las nueve y media, con las calles escurriendo agua por la regueras y las canales, íbamos con nuestras medallas puestas para la Misa. Iba a ser un "pontifical", en un tablado, en la plaza, con doseles y parte de las gradas de plata del Altar de la Novena, un montaje espléndido, de alta priostía sevillana. Los de la Hermandad, con todo pesar, no se arriesgaron a que otro chaparronazo repentino nos empapara el Pontifical, y prepararon la Misa dentro de la Ermita, allí mismo, improvisando lo que no había y acomodando a la gente cómo podían. No se cabía. La ermita es de buen tamaño y tres naves, pero había gente para llenar cinco ermitas de cinco naves. La mayoría se quedó en la puerta, extendiéndose a la plaza, con las mujeres vestidas de flamenca y los hombres de chaquetilla corta. Los curas emepzaron la Misa dentro, con el coro cantando como podía, entre la estrechura de la gente y los curas. La Comunión, más estrecha todavía, con apuros para llegar y volverse a su sitio.
Acabó la Misa, con la bendición del Sr.Vicario. Y la gente mirando al cielo panza de burra, con esas nubes bajas que parecen deshacerse en humo de tahona, pesadas. Pero había que seguir. La gente en el porche de la ermita, arremolinada.
- ¡Ya llega la Carreta! La Carreta bajaba por la cuesta la Badila, campanilleando; los bueyes de la yunta eran blancos, salpicaos en colorao, con sus frontales de plata. Y la Carreta era digna de ver, con rosas amarillas, rojas, blancas, rosadas, todas formando ramos en la delantera y las jarras de plata de los costados. La Carreta de Plata era el centro de la fiesta del dia, porque en ella se coloca el Simpecado y se lleva por todo el pueblo, con la gente cantando y bailando alrededor, y los caballistas delante, y detrás los coches de caballo, y los charrés de mulas, y una banda de música delante y otra detrás. Y el cielo tormentoso, más que cuando empezó la Misa. Y era la hora y había que salir.
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Por fín se alzó el Simpecado, y ya lo traían a la puerta. La gente rompió a decir vivas y vivas y vivas y vivas y vivas...Y más vivas! En mi pueblo somos expertos en vitorear, un caso especial sin parangón a su altura. Sin exageración.
Cuando estaba el Simpecado en el umbral de la ermita, cuando iban a ponerlo en la Carreta, una de las Nicolatas (una de las mayores, Manuela, me parece que se llama) se pone delante del Simpecado, con los brazos abiertos, las lágrimas corriéndole, y diciendo a gritos:
- "¡¡¡No nos hagas esto, Madre mía, no nos hagas esto!!! Mira como te hemos puesto el pueblo. Tó es pá tí, pa tu gloria, tó es pa tí! Que nos parece poco tó lo que damos, que nos quitamos los lujos pa dártelo a Ti, Reina, que eres nuestra Reina. No nos hagas esto! Que tú eres la que mandas allí arriba, que el Señor te subió al Cielo y en el Cielo mandas Tú, Reina, Reina, Reina!
El último Reina! se engarzó con la Marcha Real, porque ya ponían el Simpecado en la Carreta, con mas Vivas! y más clamores por el estilo del de Manuela la Nicolata.
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Cuando volví a casa, eso de las dos y media, mi tía (que está de luto y este año no sale a las fiestas) me pregunta: - "¿Cómo va la Carreta?" Y se lo cuento y le digo que ni una gota, que hasta ha abierto el nublado y en la Calzada salió el Sol, con un calor, y...Y mi tía, comenta por lo bajo, con todo el aplomo de sus ochenta y cuatro: "Ella no nos deja nunca!" Y siguió poniendo la mesa.
En la cocina, delante de un cuadro de la Virgen, un tazón de aceite con tres mariposas que chisporroteaban su antífona (o sus Vivas!) habían sido las "aliadas" del rezo de mi tia. Y como ella, no sé cuántas más por el estilo, en sus casas y "sus labores", con sus lutos y sus cosas. Pero todas tan seguras de lo que puede Esa que tienen tan tratada, tan amada, tan rezada, tan llorada también. Cuando le rezan, cuando le dicen "...Reina y Madre..." lo hacen con toda conciencia y consecuencia.
Viva!!!
p.s. Breve crónica de pequeñas pasiones, con doméstico milagro pueblerino, con trombas de agua e inundaciones por Andalucía entera. Menos en mi pueblo. (Viva!!!)
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Es la oración del ACORDAOS, que comienza diciendo:
ResponderEliminar“Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado”.
Quien le pide con verdadera fe no quedará desasistido. Eso está avalado por siglos de ruegos escuchados.
Un excelente relato: enhorabuena.
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