Soy tímido, más bien. Con gran sentido del ridículo. Hipercrítico de quasi todo y consciente de que perfecto sólo es Dios, y de Èl para abajo, nadie (menos la Virgen que es su Madre, que Esa es aparte como explica el potuit-decuit-ergo fecit. Amén).
Este preámbulo quizá sea excesivo para lo que comentaré, que es tan poca cosa y tan ridícula. Pero me afecta en la medida en que hay gente que piensa que me afecta, y no me afecta, y por eso me afecta. Y comento. Y critico. Que es lo que puedo, tan sólo, por otra parte.Primero diré que persevero en la mortificación. Tiendo a la perfección - yo, tan imperfecto - y me mortifico la mente, los ojos, los oídos y la razón. Con medida, sin pasarse, con permiso expreso de mi director espiritual, que es duro y de vieja escuela.
Cuando las Carmelitas del Barrio de Stª Cruz dejaron de hacer disciplinas de cáñamo y cilicios de alambre (también se cortaron el hábito, se quitaron la toca, se menguaron el velo, y se quedaron remotamente parecidas a las que Stª Teresa reformó, siendo ahora vulgares monjas decadentes en aceleración); pues cuando pensaron que lo suyo no era fomentar la penitencia sino el liberal-catolicismo claustral, yo me quedé sin instrumentos de mortificación. Me propusieron otras formas, otros materiales. Pero me resisto; es que la costumbre y tal, aparte de que uno es muy clásico para las penitencias y estas cosas serias.
Yo llegaba al portón, pasaba al compás y entraba en el zaguán de la portería, donde está el torno. Tiraba de la cadenilla y sonaba la campanilla del torno: Tilín-tilín-tilén-lén-tilíiiinnn...Al cabo de un ave (un Avemaría) se oía a través de la caoba del torno:
-"Ave María Purísima".
Y yo: - " Sin pecado concebida. Buenos días. Mire, madre, que quería una disciplina y dos cilicios, uno de los estrechos y otro de los anchos".
Y la monja, después de un silencio grave que duraba un compás de 4/4 largo maestoso: - "Ya sabrá Ud. lo que dice nuestro Padre San Juan (de la Cruz), que la disciplina sin orden es cosa de bestias".
Y yo: - "Si madre, lo sabía. Pero yo tomo disciplina por dirección espiritual; y muy moderada, aunque más merezco por mis pecados.
Y la monja: - "Quite, quite! Que se ve que es Ud. un santito, y quiere adelantar virtudes.
Y yo: - "Pues qué poco ve Ud. madre, porque de santo yo no tengo ni un pellizco, que soy más malo que un dolor.
Y la monja: - "Ay! Qué cosas dice usted. ¿Ud. no será el dirigido del padre Lecaróz, aquel que vino con él cuando el triduo de nuestra Santa Madre, verdad?
Y yo: - "El mismo, pero más pecador".
Y la monja: - "Ay qué alegría! Cuando se lo diga a la la Madre (la Priora) se va a alegrar muchísimo. Pues que sepa que pedimos por usted, por su vocación, porque se veía que Ud. tenía vocación..."
- ¡¡¡...Talán-talán-talán-talán-talán...!!!
Y la monja: - "Ay, vaya por Dios! Que tocan a Sexta, y tengo que cerrar el torno. Mire, ahí lleva, en la bolsita, separados, la disciplina y los cilicios. Y rece por nosotras que nosotras rezamos por Ud.
Y yo: -"Muchísimas gracias, madre. ¿Cuánto es?
Y la monja: -"Estas cosas no se venden, Ud. sabe. Lo que Ud. quiera dejar, lo deja como limosna para el convento."
Y yo: -"Muchísimas gracias, Dios se lo pague. Ahí dejo una limosna, en el sobrecito".
Y la monja: -" Dios se lo pague a Ud. Mire, llévese estos escapularios, y unas estampas de nuestra Santa Madre; y también un librito con las máximas de San Juan de la Cruz, que nos lo han mandado de Ávila, de regalito.
Y yo: - "Vamos madre, que como no me vuelva santo no será por falta de medios ni por culpa de Ud."
Y la monja: - Ay! Jesús! Las cosas que dice! Ea, Vaya Ud. con Dios! Y que rezamos por usted, no se olvide.
Y yo: - Gracias, madre. Recuerdos a la Priora y a las demás. Con Dios!
Pues como las monjas ya no son aquella madre tornera y cada vez se le parecen menos (para detrimento de ellas), ya no han lugar estas escenas, ni me dan por el torno material ascético, ni estampitas, ni máximas de San Juan de la Cruz. Sunt lácrimae rerum!
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Nada, don Terzio, no tenga tanto apuro, por estos pagos creo que todavía hay disciplinas del plan antiguo y monjas del idem.
ResponderEliminar¡Huy! ¡Cuánta suavidad en las mortificaciones! ¿Sabe qué es eso? ¡Penitencia de algodón de feria!
ResponderEliminarPalíllos aguantando los párpados y a ver el telediario entero del Gabilondo en la cuatro. ¡Eso es penitencia!
Gracias, amable Galsuínda, gracias. Descuída que acudiré a tu reserva de material ascético en cuanto consuma el vigente.
ResponderEliminarY a tí, intrépido y temerario Tumbaíto, te concedo: La penitencia acostumbrada relaja la penitencia, y conviene variar; es verdad. Pero: Ojo con el Gabilondo que ese es del enemigo! y, en cuano te descuides, te siembra media fanega de cizaña a la cuartilla.
No te expongas!
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Del enemigo de costumbre, of course.
ResponderEliminarBuenas tardes, don Terzio, para disciplina de la dura de verdad, vease los programas vespertinos de la gente que va a reconciliarse con familiares, novios peleados, asuntos de herencias y derivados, y luego un poco de OT, supermodelos y cosas por el estilo, le aseguro, que la mortificación la tiene asegurada.
ResponderEliminarUn saludo desde Valencia, donde estamos sufriendo el congresito de marras.
En las Calderonas (sic) de Valladolid, había una monja que cuando le pedías un cilicio, te preguntaba a través del torno :
ResponderEliminar- ¿Grande o pequeño?
- Pequeño, por favor.
- " ! Ah, una cintita...!"
Genial!
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