viernes, 15 de febrero de 2008

Confianza


Claudio de la Colombière es un santo excepcional. Le cupo en gracia dirigir espiritualmente a Margarita Mª de Alacoque en la Francia profunda de Paray-le-Monial, en pleno siglo XVII, cuando las revelaciones de Cristo dando a conocer a la religiosa visitandina la devoción de su Sagrado Corazón, uno de los capítulos más emocionantes de la espiritualidad moderna. Con soeur Margherite estuvo Claudio Colombière, tan discreto, tan atento, tan profundo. Un año en Paray le Monial (1675-76) le bastó para hacerse cargo de las cosas del Corazón, y eran tres: El de Cristo, el de Margherite y el de Claude, un Maestro y dos discípulos en un curso intensivo sobre el Corazón de Dios.

A mitad de 1676, le mandan a Londres, con el comprometido cargo de capellán de la Duquesa de York, Beatriz D'Este, esposa de Jacobo, hermano del reinante Carlos IIº Estuardo. Le coge de lleno la conspiración del miserable Titus Oates, y en medio de los tumultos del levantisco populacho londinés espoleado por el partido whig, es detenido y encarcelado como sospechoso de un complot urdido por Oates para acusar a los "papistas" de tramar el asesinato de Carlos (anglicano) y poner en el trono a su hermano Jacobo (católico). Personaje involuntario de tan folletinesca trama digna de la pluma de Dumás, Claude de la Colombière se pasó ocho injustos y penosos meses en las insalubres mazmorras de Londres, entre Noviembre y Junio de 1678. Cuando regresó a Francia, su salud estaba tan arruinada que apenas sobrevivió unos cuantos años. El 15 de Febrero de 1682, al atardecer, expiraba en la Casa-Colegio de los jesuítas en Paray le Monial, donde Cristo reveló al mundo su Corazón.

Le tengo una cordial simpatía. Y él a mí...creo que también. Me regaló, por sorpresa, que pudiera estar en su canonización, el dia de la Ascensión de 1992, en Roma.

La Colombiére es un agudísimo sapiente, y osado como pocos. Al igual que San Pablo, sabía de Quien se había fiado, y por eso escribía cosas como estas:

"Dios mío, estoy tan persuadido de que veláis sobre todos los que en Vos esperan y de que nada puede faltar a quien de Vos aguarda toda las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Vos todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré; porque Tú ¡Oh Señor! Y sólo Tú, has asegurado mi esperanza.

Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de serviros; yo mismo puedo perder vuestra gracia por el pecado; pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.

Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, solo Tú, has asegurado mi esperanza.

A nadie engañó esta confianza. Ninguno de los que han esperado en el Señor ha quedado frustrado en su confianza. Por tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente espero serlo y porque de Vos ¡oh Dios mío! Es de Quien lo espero. En Ti esperé , Señor, y jamás seré confundido.

Bien conozco ¡ah! Demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuanto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.

En fin, estoy seguro de que no puedo esperar con exceso de Vos y de que conseguiré todo lo que hubiere esperado de Vos. Así, espero que me sostendréis en las más rápidas y resbaladizas pendientes, que me fortaleceréis contra los más violentos asaltos y que haréis triunfar mi flaqueza sobre mis más formidables enemigos. Espero que me amaréis siempre y que yo os amaré sin interrupción ; y para llevar de una vez toda mi esperanza tan lejos como puedo llevarla, os espero a Vos mismo de Vos mismo ¡oh Creador mío! Para el tiempo y para la eternidad. Así sea".


Y también esto:

"Señor, ante Ti tienes a un alma que se halla en este mundo para experimentar tu maravillosa misericordia y mostrarla resplandeciente ante el cielo y la tierra.
Te den gloria también los otros demostrando con su fidelidad y su constancia cuan potente es tu gracia y cuan afable y generoso eres con quienes te son fieles; en cuanto a mí, te daré gloria dando a conocer a todos lo bueno que eres con los pecadores.

Diré a todos que tu misericordia está muy por encima de cualquier malicia humana y que ninguna maldad tendrá poder de cansarla; que ninguna recaída, por vergonzosa y grave que sea, deberá llevar al pecador a desesperar de tu perdón.

Sí, amoroso Redentor, te he ofendido gravemente, pero te ultrajaría todavía más si pensara que no eres tan bueno como para concederme el perdón. '
Tu enemigo y enemigo mío cada día me tiende nuevos lazos; podrá llevarme a perderlo todo, pero no la esperanza en tu misericordia. Aunque recayera cien veces y mis culpas fuesen cien veces más terribles de lo que son, seguiría esperando en Ti."
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Es algo extraordinario que en el momento en que el Jansenismo mete un frío treno de pesimismo y rigor en la espiritualidad francesa, al mismo tiempo La Colombiére este teniendo una experiencia tan ardiente y desbordante: Una mística de Corazón a corazón - "Cor ad cor loquitur" - donde no caben sospechas, dudas, sombras sobre un Misterio que tiene Corazón, y está herido de amor.
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p.s. Esas dos citas de La Colombiére son dos riquísimos guiones de oración, como un coloquio dirigido/animado por él mismo Claude: Un servidor los reza con mucho provecho cada vez (confío). Seguro que a más de uno le vendrán bien, muy bien (confío).


+T.

1 comentario:

  1. "No perderé mi esperanza". ¡Qué bella oración! Gracias por compartirla con nosotros, y regalárnosla, para los momentos difíciles, que menudean.

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