A propósito del aniversario de la muerte de Teresa de Calcuta (Beata Teresa de Calcuta), han sacado a relucir ciertos pasajes de su epistolario en los que escribía eso de lo que saben los que entienden de estas cosas, tan poco aptas para que salgan publicadas en la frivolidad insustancial de un telediario, o un periódico de prensa.
"Cuentas de conciencia"; así se llaman esas confidencias, "cuentas de alma" que un cristiano hace a su director espiritual, o a personas de su íntima confianza, o a algún superior religioso; por necesidad de consulta, por apremio de conciencia, como ilustración del estado interior, como expansión espiritual...
Estas cosas no deberían trascender más allá. Son, por sustancia, de naturaleza reservada; se cuentan por lo que se cuentan, a quien se cuentan, y por lo que se cuentan. Decían en las noticias que Madre Teresa pidió expresamente que esas cartas en las que se contienen estas cuentas de su alma, las quemaran; pero sus íntimas colaboradoras, sus hijas misioneras de la caridad, decidieron conservarlas. Hoy son materia de exámen para su causa de canonización, y un precioso testimonio de la probada vida interior de una Santa de fines del XX.
Las "teresas" son así. Desde la primera, gran Teresa de Jesús, hasta esta de Calcuta, pasando por la de Lisieux. Sienten hondo, ya sean consolaciones que las transverberan, ya desolaciones que las dejan en desconsuelo de alma, muy hondo, muy oscuro. Y lo escriben, además. Tremendas, las teresas, nuestras teresas.
A mí, particularmente, no me gusta ver publicadas cosas así, de Santos, en medios tan poco santos y para un mundo/una gente que cada vez sabe menos de Santos, ni aspiran a ser Santos. Mantengo, además, que a los "incipientes" les puede confundir, llevándoles a la presunción de hacer paralelos entre lo que les pasa a ellos y lo que pasaron los Santos...y eso es, también, vanidad.
De estas cosas entiende la Iglesia, que tiene doctores para esto (por cierto que hace unos días ha muerto un docto en estas especialidades del interior cristiano, el venerable Don Baldomero Jimenez Duque, casi centenario, abulense como Teresa y contemporáneo de esta otra Madre Teresa; que esté tan alto como docto fué, con gloria, Amén.)
Nosotros, los pobres pecadores, los que rondamos el Castillo o apenas estamos en sus umbrales, no padecemos noches oscuras de alma, como los Santos místicos; nosotros sufrimos los efectos y consecuencias de nuestros pecados, que es otra cosa. Otra cosa que dicen los doctos y peritos del alma que hay que pasar para adelantar en la senda de la perfección cristiana y prosperar en la ascética, de virtud en virtud etc. etc. etc. Amén Jesús ,y que ustedes lo vean y lo disfruten con salud (de alma mayormente, of course). Amén, otra vez.
Yo fuí pequeño testigo de un chispazo de aquellas desolaciones de Madre Teresa de Calcuta:
Fué en Roma, 1990-91. Nos avisaron que había profesiones de "calcutas" en la casa-convento que tenían en el Celio, y que estaría Madre Teresa en persona. Al fín no pude ir, pero mis amigos volvieron impresionados con la "escena" vivida con Madre Teresa. Terminó la Misa de profesión de las religiosas, y llevaron a Madre Teresa a la Sacristía, para saludar a los sacerdotes celebrantes. Fueron pasando ante ella, con tanta curiosidad como veneración. Y mientras la saludaba uno de nuestros amigos sacerdotes, Madre Teresa le retuvo la mano entre las suyas y, mirándole fija y profundamente, le dijo:
- " Padre, padre ¿cosa debo fare per amare piú il Signore?" Padre, padre, ¿Qué tengo que hacer para amar más al Señor?".
El joven sacerdote no salía de su estupor, mudo como una piedra. Cuando nos lo contó, la perplejidad primera se convirtió después en materia para muchas reflexiones, y meditaciones, y oraciones, y predicaciones...Más o menos como esta de ahora.
Poco después pude yo también saludar en persona a Madre Teresa; providencialmente, un Miércoles de audiencia general, cuando iba desde la entrada del Santo Uffizio a la casita del Dono di María que Juan Pablo II había encomendado a las Misioneras de la Caridad, las calcutas, en la esquina de Porta Cavallegeri. Madre Teresa, tan anciana, entre dos monjas más jóvenes, se paró y se entretuvo brevemente con algunos peregrinos y sacerdotes. Le estreché la mano, se la besé, y todavía recuerdo el tacto - huesudo, descarnado, pellejón y suave - de sus manos de anciana; también sus ojos, profundos entre arrugas, muy humildes, muy amables, silenciosos y emocionantemente sinceros.
Cuando paso por allí, por la acera junto a la edícola de la Virgen "ab Ángelis defensa", recuerdo estas pequeñas, personales, íntimas "florecillas" de la Beata Teresa de Calcuta.
Los Santos, los de las noches desconsoladas con su alma a oscuras, están entre nosotros, caminan entre nosotros.
Son lamparitas del Dios de Dios-Luz de Luz que nos hacen ver la Luz.
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