sábado, 21 de abril de 2007

Caligrafías

He estado corrigiendo unos exámenes, de gente de mi edad, señoras cuarentonas, mayormente, con algunas de treintitantos; como otras veces, espontáneamente, he clasificado edades y educación por la caligrafía. Sin tener siquiera rudimentos de grafología, sólo observando, saco conclusiones con bastante aproximación a la realidad. Pero se padece una universal decadencia de la caligrafía, la buena y educada caligrafía que definía tantas cosas de la gente y era una nota de educación y de distinción.

Una vez mi padre acudió a un amigo suyo, excelente caligrafista, para rotular una dedicatoria en un libro de regalo; a él no le pareció bien su letra, y ya quisiera yo tener la letra de mi padre! Tan cabal, selectamente masculina, admirablemente legible y elegante, con cada letra tal y como debía ser, pero con el pulso y el trazo inconfudible de un abecedario personalizado en olografía.

De la letra de mi padre a la mía hay un bajón, que yo noté desde niño, cuando me gustaba leer las postales ocasionales que mi padre me escribía, o alguna de sus cartas, y comparaba admirado mi letra con la suya. Mi caligrafía, en cambio, es cursiva, de pata de araña y vírgulas de notario antiguo; pero sé que impresiona cuando me la leen (o intentan interpretarla/descifrarla) porque no es vulgar ni repetida, sin ser deliberadamente estudiada: Escribo así.

Mis hermanas escriben en redondilla, letra de niña, con un toque agarbanzado; mi hermano es tremendo, y sus renglones siempre me han dado repelús, los leo de prisa, enmarañándome la vista entre sus letrajos. Mi madre y mi tía Antoñita, tienen la misma letra, letras "de bastidor", lentas y con moñitos, como si las bordaran; las madres de algunos de mis amigos, que son de su misma edad, escriben casi igual y lo mismo, con cierta esclerosis gráfica por falta de práctica, ya que lo que más escriben es la firma, listas de compras, notas caseras y poco más.

Mis abuelas y mis tías usaban una exquisita letra inglesa, un poco conventual, porque la aprendieron en colegio de monjas. De entre todas, tía Aguasantas tenía letra de rancia nobleza, hasta en los márgenes y el espacio de la firma. Una belleza de letra aunque escribiera un pedido de tabaco (era viuda y con estanco, que era honroso negocio, sin desdoro para viudedades selectas de provincias).

Pero la que se llevaba palma del mérito era tía María Antonia, que hacía caridad escribiendo cartas. Yo no sé si fue idea propia u ocurrencia recomendada, pero en los años de la guerra y la posguerra le escribió cartas a casi todas las madres y novias "sin letras" del pueblo. Y tantas veces poniendo el papel, el sobre y hasta el sello; "...si no tenían para el puchero, cómo iban a gastar en cartas!...", decía.

Hace unos años, me llevé una sorpresa de esas que te imponen corrección de prejuicios. Fue cuando iba a clases de filosofía en el Angelicum, y coincidí durante unos seminarios sobre Escolástica con gente de otros sitios, entre ellos un grupo de novicios y seminaristas africanos; hablaban en francés y asistían a las lecciones de una religiosa dominica francesa, Soeur Jacqueline L'Amoureux, una especialista en filosofía contemporánea con un bigotazo que la toca le resaltaba llamativamente. Después de una de las sesiones, me interesé por unas bibliografías y me dirigieron a Soeur L'Amoureux, que me las prometió para aquella tarde. Me las entregó en un folio a mano, con una preciosa caligrafía, tan bella que le comenté algo a propósito; ella, sonriendo con su bigotazo intonso, me dijo que no era su letra, y llamó y me presentó a Étiènne, un chico muy simpático, que hablaba un francés de la Sorbona y escribía como un experto pendolista; me contó que aprendió a escribir en su poblado del Congo, en la escuela que allí tenían unas monjas misioneras de la misma congregación que Soeur L'Amoureux.

Yo me alegré y di gracias a Dios, que hace las cosas tan bien y escribe vida con insuperables caligrafías, aunque hoy se vean pocas de calidad notable, y casi no tenga sentido ya la admonición escolar de -"Despacito, y buena letra", con la falta que hace.

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