La campana seguía doblando las Ánimas, con un tañido más grave a cada toque que daban los campaneros, como si el bronce se espesara como la tarde, ya anochecida.
Él se despojó de los capisallos de coro en el vestuario de la Sacristía, y se embozó en el manteo de paño con las vueltas de tafetán que era el mejor que se paseaba por Sevilla, y el más caro. De la salida del locum cruzó sin saludar a ninguno por el entrecoro, y por la Puerta del Lagarto salió al Patio de los Naranjos, tan húmedo, ya con las primeras verdinas en los ladrillos. La fuente rebosaba agua de la taza, y era lo único que se oía junto con el doblar pesado de la Giralda, que en la anchura del patio sonaba tan hondo.
La buscó, rastraendo entre los naranjos como un perro; sabía que estaba allí, entre las sombras verdinegras, como un fruto atractivo, tentando su deseo, tan fuerte, tan fuerte...Apenas se dibujaron dos figuras negras, yendo al paso hacia la Puerta del Perdón. El fino chapín de la dama casi hacía contrapunto a la campana, y llamaba a su pulso, que se le fue aligerando mientras se acercaba, se acercaba...
La vieja dueña se adelantó un trecho, ya en las Gradas, y la dama giró hacia Placentines. Al pasar bajo el farolón de la esquina de la Borceguinería pudo ver el garbo airoso de talle y cuello, imaginando lo que ocultaba el velo que cubría tanta belleza imaginada, que le arrastraba, que le vencía.
Ya la alcanzaba...Y al pasar la esquina de Placentines, en la estrechura de la callejuela, le toca el hombro, le toma el brazo, le va a decir...
En un segundo se le cortó el aliento cuando la mano enguantada en negro alzó el velo y una horrenda calavera le miró sin ojos, sonriendo siniestra con la mueca hedionda de una boca desencajada; y le llamaba profunda, decía su nombre al compás del toque de muertos: Vente, Vente, Vente, Ven...te...Ven...te Ven...te...Vennn...eee...nnn...teeeeee...!!!
Nunca supo cuánto tiempo estuvo paralizado, estático, en la estrechura de Placentines; uno de lo sacristanes de la Catedral lo encontró así, yerto, demudado, sin color, casi sin pulso. Después contaban por Sevilla que a la mañana siguiente, cuando salió para la Cartuja, llevaba todo el pelo vuelto canas, y también el bigote y la perilla, como si en una noche le hubieran echado encima la gravedad que nunca tuvo.
La historia salió luego, y corrió de convento en convento, de casa en casa, de taberna en taberna: Era la historia del señor Arcediano Don Mateo Vázquez de Leca, que siguió a una dama que cuando se destapó era la Muerte, una noche de Noviembre, cuando daban en la Giralda el toque de Ánimas.
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Pero hombre, Don Terzio, ¿cómo me hace usted comenzar el día con un escalofrío por la espalda?
ResponderEliminarDon Terzio, me recuerda Usted mucho a Becquer.
ResponderEliminarEres el Stephen King a lo católico.
ResponderEliminarSi yo hiciera cine de terror, te encargaba el guión.
Tt. (horripilado)
Pero nadie más ha visto en esta leyenda una moraleja misogínica...?
ResponderEliminarRelación Dama-Muerte, animalización del Arcediano y algo más que me debo haber perdido...
Por cierto, muy bien una vez más Terzio.
:]
Don Terzio es muy misógino-clásico-paulino (excepto para con algunas excepcionales damas de su trato y cercanías, que quedan exentas per accidens); ¿verdad que sí, Don Terzio? (Don Terzio asiente con la cabeza, y dice que sí: Of course!).
ResponderEliminarLo demás, porque Sevilla en Noviembre se pone así: Ya donjuanesca, ya becqueriana, con un toque de Ánimas, como corresponde.
Por lo menos así la siento. Y también sé que soy una rareza cuando siento: Y también lo siento!
(es que soy muy sentimental)
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Muy becqueriano, si señor.
ResponderEliminarLástima que Vazquez de Leca muriera en verano (según el azulejo de la placita de Sta. Marta).
Pero bueno...tampoco es cuestión de que la realidad nos fastidie un bonito cuento, no?
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Es que no murió de ese susto: Después estuvo una temporada en la Cartuja, encargó a Montañés el Xtº de la Clemencia, llevó vida ejemplar...y se murió cuando llegó su hora.
ResponderEliminar¿Capito?
Tú ándate con ojo y no persigas a ninguna "ella" si no llevas honorables intenciones, no sea que te den un susto como al arcediano.
+T.
Terzio:
ResponderEliminarTú ándate con ojo y no persigas a ninguna "ella" si no llevas honorables intenciones, no sea que te den un susto como al arcediano
Dijo él mostrando la lección que se ocultaba tras la leyenda...
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Es que es confratello, ¿sabes? Y me da aprensión que una "ella" termine siéndole mortal.
ResponderEliminarHáylas y abundan (y no son de leyenda).
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