L a primera bicicleta de mi pueblo, fué la de mi padre, allá por 1924, calculo. Por eso mi padre me echó para Reyes una bicicleta en cuanto tuve la misma edad en la que él tuvo la suya: Seis tiernos años.
Yo fuí niño feliz con triciclos y coches de pedales, pero mi primer encuentro con una bicicleta de verdad fué cómico-traumático. Una inolvidable mañana de Reyes (todas las mañanas de Reyes son inolvidables, por una u otra cosa), me desperté con una estupenda bici rojo-metalizado en el salón; la estupenda máquina era el principal entre otros regalos que me llamaron más la atención. Las primeras impresiones siempre son muy impresionantes , y aquella entrañable mañana me motivaron especialmente, más que la bici, un avión con pilas que volaba dando vueltas, una caja con indios, caballos y dos "hopis", y un erudito volumen con una selección de literatos hispanos de fines del XIX-XX. Parece que estoy viendo las fotos en huecograbado de Ruben Darío, Valle Inclán, Don Jacinto Benavente...Pero la bicicleta reclamaba, imperante, la atención.
Por de pronto era grande, muy grande; tan alta que tuvieron que suplementarle los pedales con unos tacos de corcho para que me alcanzaran los piés; la primera vez que me subí al sillín, miré al suelo y un vértigo estilo Hitchcock me hizo desistir de dar siquiera una pedalada al aire. Imposible! Pero aquello había que estrenarlo, y era el dia de Reyes, y papá rondaba, y no decía nada; ¡había que echarle valor!
A eso de las 8 y media o las 9 de la mañana, se presentó tio Enriquito, a ver qué nos habían echado los Reyes y a tomarse un café con buñuelos y un coñac con los mayores; y, también, a traumatizarme el dia de Reyes (porque mi tio Enriquito era especialista en eso). Así que se pensó que, mientras los mayores iban y volvían de Misa, me fuera con él a dar una vuelta con la bicicleta y estrenarla en la calle (mi padre fué complice porque mi padre sabía las cosas que mi tio Enriquito podía hacer una mañana de Reyes, porque él, de niño, también las sufrió; ahora me tocaba a mí).
Salimos de casa, hasta la esquina de la Cuesta del Choto, que subimos hasta la mitad, justo frente a la barbería de Vicente el Goro. Me monté en la bicicleta, con mi tio Enriquito detrás; apenas tuve los piés en los tacos de corcho de los pedales, mi tio Enriquito me dió un empujón en el culo y la bicicleta empezó a rodar cuesta abajo, sin control, sin parar, sin freno (yo no sabía ni qué eran los frenos, ni dónde estaban, ni siquiera que se podía frenar aquella máquinaria); rodando, rodando, se acabó la cuesta, crucé temerariamente, desenfrenado, la Calle Real, y me entré como un ciclón en la Peña, abriendo con el manillar las dos puertas de cristales, atravesando el salón, atropellando a un camarero con una bandeja de cafés y copitas de aguardiente, y empotrándome con un fenomenal topetazo en la barra del mostrador.
Mi tio Enriquito, partido de risa; mi padre enfadado con el tio Enriquito (cómo si no lo supiera!); mi madre sofocada; mis tías item más. Y yo - pobre de mí! - con un shock post-traumático-biciclista de Día de Reyes que me duró hasta los nueve años.
Continuará...
.
Terzio espero con ansias la segunda entrega de estos relatos, porque aunque para ti tu historia con la bici sea traumático-accidentada para los demás es bastante cómica. ¡Sería para estar allí presenciando la escena en directo!
ResponderEliminar¡Gracias por la dedicatoria! Y qué graciosa la entrada triunfal en al Peña. Yo también quiero la segunda parte cuanto antes.
ResponderEliminar¡Eres un mónstruo del pedal!
ResponderEliminarYo pagaría por verte con las gafitas de pitagorín a pedal perdido por la cuesta abajo...
Algunas partes de nuestras vidas deberían llevar vídeo incorporado, ¿verdad?
Resultarían escenas no aptas para menores, Tente mio.
ResponderEliminarEl capítulo 2º de las bicicleterías, por ejemplo.
#
Más, más.
ResponderEliminar