martes, 17 de abril de 2007

Por un plato


Eran restos de viejas vajillas que se iban rompiendo en la mesa o el fregadero, y los impares sobrevivían a la suerte de la compañía; los desportillados, cascados, rajados y pegados, dependía de la gravedad de cada caso para concederles un efímero indulto.

Tuve un bisabuelo, coronel de caballería, que fué experto en la faena: Rara era la noche que no partía una sopera en la cena, bién asentándola con golpe seco sobre el salvamantel, bien dándole un marcial golpe de cazo o cucharón. Las soperas, fuentes, besugueras y salseras víctimas del abuelo Ricardo, eran legión.

Aparecían con dignidad cuando podían salir nones, sin el resto de la vajilla original; esto es, o en la mesa familiar de confianza, sin invitados, o cuando se mandaba un regalo guisado en casa - o postre o fruta o dulces - a casa de alguien. Pero no estaban para solemnidades.

Y eso que eran buenos: De la Cartuja, o con los bordes dorados y las iniciales del bisabuelo y la bisabuela también dorados; otros eran de nosequé fábrica de nosedonde sitio; de un viaje a Inglaterra, trajeron una vajilla completa, que también fué pereciendo plato a plato.

En mi familia siempre hemos tenido artistas domésticos, y con los platos sueltos hacían virguerías: Los pintaban, los adornaban, los doraban; al final se colgaban en el patio de dentro, entre las macetas de las paredes. De mi tío Antoñito que murió en el Frente de Extremadura, había toda una colección con motivos geométricos, otros con flores y algunos con perros y caballos. Originalísimas eran las creaciones de tía Aguasantas: Iba guardando los trozos rotos de platos, tazas, azucareros, y cuando tenía juntos un lote, los iba pegando con escayola forrando macetas, tinajas y orzas pequeñas que resultaban la mar de decorativas para adornar el patio o algunos rincones de casa.

Otros restos desportillados de vajillas, algunas veces volvían, no se sabe cómo, a la mesa, y eran toda una nostálgica evocación del tiempo que se fue rompiendo con los platos. Ayer tuve un reencuentro con uno de esos platos heroicos, y fue una emoción tomar la sopa sorbiendo recuerdos a cucharadas.


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2 comentarios:

  1. Me encanta el final.

    Y si las personas hiciéramos con nuestros "platos" lo que hacía tu familia, no nos amargaríamos tanto por pasarlo bien o mal, y seríamos más felices.

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  2. Bueno, tampoco es para tanto: Un plato no da la felicidad.

    Y ahora que lo dices, me parece que lo del plato es como lo de Proust, "Au recherche du temps perdù", pero con plato sopero en vez de madalena...

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