El año pasado, o hace dos años, en la Bienal de arte contemporáneo de Sevilla, uno de los pseudo-artistas de la muestra, escandalizó a Sevilla entera colgando el maniquí de un niño ahorcado en la puerta principal de la antigua Cartuja de las Cuevas. Era la moda, que llega tarde y con resaca a estas provincias nuestras, tan provincianas en gustos, modas y gobierno.
La Junta caciquera de Chaves pagó caro a los pseudos, la consejera de cultura lució el palmito por esa sombra de Cartuja (ay!, por donde las hembras no deberían aparecer ni a la legua) y la prensa sevillana comentó y recomentó durante una semanita lo del chiquillo ahorcado.
Falsa la ex-cartuja, falso el artista y falso hasta el escándalo. Todo fué falso, pero bien pagado y, en el fondo, bien visto porque dió que hablar.
Cuando la mil veces re-interpretada liberación del Irak se cierra (si se cerrara) con una horca y un ahorcado, la escena y su lectura es tan falsa como el niño de la Cartuja. Si ese es el "icono" que la libertad, la democracia y el Occidente dejan en el martirizado Irak, están tatuándose con un signo indeleble y maldito Occidente, su democracia y su libertad.
Tiene que estar muy pervertido un sistema y sus representantes cuando esa es la huella que dejan: Un ahorcado en una horca.
Si, encima, pretenden que el jeroglífico signifique libertad-justicia-paz, la falsedad y su perversión alcanzan cotas de, esta vez sí, genuíno escándalo.
+T. penúltimos de Diciembre del 2006