viernes, 29 de diciembre de 2006
El Drama Becket.
No sé bien desde cuándo y hasta qué edad se van fijando esas pequeñas piezas de "arquitectura interior" que conforman nuestro relativo pequeño mundo. Algunas, se marcan fuertes, pero se diluyen con el tiempo; otras, se confirman y enriquecen y perduran.
Recuerdo con detalle la noche que vi por primera vez la película de Peter Grenville Becket. La pusieron en la tele, en blanco y negro; mi padre se quedó conmigo hasta que acabó, ya de madrugada; yo tendría once o doce años.
Desde entonces, Becket ha sido uno de mis pequeños "mitos ingleses". Colecciono imágenes, libros, literatura, historia sobre Thomas Becket, y siempre a satisfacción. La época, el personaje y sus circustancias son fascinantes: La Europa de la Escolástica, las Cruzadas, las primeras universidades, las controversias y luchas del Imperio y el Papado, la Reconquista triunfante en España. Son las vísperas del cénit de la Edad Media, marcadas por el caso Becket.
La particular versión inglesa de la lucha entre el poder regio y el eclesiástico, se encarna en la historia del arzobispo Thomas Becket y el rey Enrique II Plantagenet. La mejor literatura ha sentido una particular atracción por la historia y sus dos formidables protagonistas. Tan distintos un T.S. Eliot (Asesinato en la Catedral, 1935) de un Jean Anouilh (Becket ou l'Honneur de Dieu, 1959), ambos desenvuelven sus dos versiones de los acontecimientos en medio de una solemne dramatización, con el Primado y el Rey como absolutos y fascinantes tipos antagónicos, casi en solemne justa, campeón cada cual de un poder opuesto a otro: El reino de los hombres versus el Reino de Dios.
Claro que la historia, no literaria sino documental, del Sínodo de Clarendon y sus consecuencias, es otra y con otras derivaciones; pero la literatura acierta al transportar a cierto plano trascente la lucha eclesíastico-estatal que representó el episodio Becket. Europa entera se afectó por el martirio del Santo Primado de Canterbury, la sangre sacerdotal derramada en su Catedral y por representantes de un poder real cristiano y consagrado.
Nuestra Europa, que se debate en este comienzo de Milenio entre el olvido de sus fundamentos cristianos y la emergencia de extrañas formas culturales, se ha enfrentado desde hace siglos a la Iglesia en cuanto poder, sin dejar de reconocer, más o menos, la fe en Cristo como la definitiva revelación de Dios y su Salvación. Una cosa era el mando de los hombres, y otra los Mandamientos de Dios; ni todo lo de la Iglesia era conforme a Dios, ni todo lo humano se le debía hurtar a la Ley Divina. En esta tensión de poderes (dos ciudades, diría San Agustín) se ha ido definiendo la estructura política del Occidente hasta la actualidad.
Hoy, los herederos de aquella lucha aparecen en franca desigualdad: En Europa el poder estatal ha barrido casi absolutamente la influencia en la vida pública de la Iglesia, que se resigna a ser debilitada contendiente, tenaz en sus reivindicaciones, pero impotente y sin recursos para alcanzarlas. Incluso, se niega o se obvia lo que, hasta hace poco, se había relativamente aceptado: El valor de la Revelación Cristiana en sí misma.
Y sin embargo, no existe en Occidente otro poder más definido que la Iglesia a la hora de presentar batalla al estado, sus ideologías y sus representantes políticos. El Imperio, las monarquías, el estamento feudal y los antiguos sistemas estatales han sido remplazados por repúblicas, parlamentos, partidos, estructuras financieras, medios...pero la Iglesia sigue siendo la Iglesia, perennemente la misma en su confrontación con el mundo y sus poderes.
Tengo grabada vivamente la escena de la película de Grenville, con Richard Burton en el papel de Becket, cayendo ante el altar atravesado por las espadas de los barones normandos; y también la otra, con Enrique II, interpretado por Peter Otoole, haciendo penitencia pública ante la tumba del Arzobispo mártir, su amigo y su oponente.
No sé quién será el Becket mártir del 2000, ni quién el penitente Enrique Plantagenet, pero estoy convencido que el conflicto se revive y re-protagoniza, como en un escenario de teatro o una pantalla de cine; cambian los actores, pero permanece el drama.
Stat Crux dum volvitur Orbis!
+ 29 de Diciembre, en la Octava de Navidad fiesta de Stº Tomás Becket, mártir.
Peter O'Toole gritando a contraluz ese "¡Tooomás!". Y la sensación de que este rey, como el Herodes que decapitó a su director espiritual, a Juan Bautista, lo hizo casi contra lo que el corazón le pedía. Sólo por afán de poder.
ResponderEliminarLa vi hace dos años y me pareció actualísima.
Brillante la delicadeza con que la cámara se recrea en la liturgia, mientras Beckett se reviste con la ayuda de manos de su amigo (otro intelectual) Juan de Salisbury, antes de ser asesinado, casi como el soldado que se arma antes del combate.
Yes, my friend!
ResponderEliminarEl interesante Juan de Salisbury; casi de participante en una quaestio quodlibetalis...pero con sangre.
Por eso ese ritual revestimiento de la panoplia espirítual; hasta me parece recordar que se enfatiza la postura del amito (y la mitra,claro).
Además, el golpe fué en la cabeza, en la tonsura: Le abrieron el cráneo.